Celular Maldito

«Celular Maldito»

Bill no podía creer su mala suerte.

—Me tienes que estar jodiendo —susurró al ver que su bolso no cargaba el precioso móvil que lo mantenía unido y conectado con el resto del mundo.

Gruñó en voz baja y continuó su camino entre la gente, se suponía que ese día se encontraría con Tom, era 23 de diciembre y el centro comercial estaba lleno a más no poder.

Será imposible encontrarlo, pensó con dolor. Con la suerte que cargaba encima, Bill creyó que sólo un milagro haría que pudiera contactar con el guapo trenzado del aeropuerto.

Un par de metros a la izquierda del pelinegro, Tom caminaba en dirección opuesta, llevaba el celular en la mano, frustrado al no recibir respuesta de Bill.

¿Habrá pensado que era muy pronto para invitarlo a salir? ¿Pensará que sólo me quiero meter en sus pantalones? ¿Pensará que me gustan las chicas?

La mente del trenzado corría a mil, mientras daba pasos más largos, para intentar abarcar el máximo de lugar en poco tiempo. Debía encontrarlo y hablarle, de cualquier cosa, pero hablarle, necesitaba volver a ver esos bellos ojos maquillados otra vez.

¿Será cierto lo de su mala suerte y al final, no nos volveremos a encontrar nunca más?

Se detuvo en seco, logrando que un adolescente despistado chocara contra su espalda. Sacudió la cabeza y continuó. No pensaría en eso, no lo aceptaría y aun si fuera cierto, debía hallar a Bill con mayor razón, para ayudarlo a salir de esa mala racha.

Y así, sin darse cuenta, empezó el juego del gato y el ratón, Bill caminaba hacia un lado y Tom iba hacia el otro. Tom ascendía un piso y Bill bajaba al otro. Estuvieron así por horas, sin poder encontrarse en un mismo centro comercial.

Cansado y hambriento, Bill decidió que mejor regresaba a su casa y llamaba a Tom para disculparse.

—¡Maldición! —Exclamó, tirando su preciado bolso al suelo.

Al parecer, el teléfono no fue lo único que dejó en casa ese día, sus llaves tampoco estaban. Exhaló profundamente y se sentó en el único peldaño que tenía en su puerta, con tan mala suerte que no se dio cuenta de la mancha de agua que había, producto de la nieve derretida y sintió la humedad en su trasero.

—Noooooo —gruñó y quiso llorar—. ¿Puede esto ponerse peor?

—Jamás digas algo así, hombre.

—Andy, nunca creí que me alegraría tanto de verte —dijo el pelinegro, saltando de su sitio, para abrazar al rubio, casi platinado, que entraba a su casa.

Andreas, Andy para la familia, era primo de Bill, el primo maligno en realidad, el que siempre se encargaba de repetirle lo desafortunado que era para las fiestas de fin de año, el que siempre le sacaba en cara que estaría solo el resto de la vida si no encontraba una pareja pronto, el que siempre… bueno, ya saben, el pesado.

—Yo no puedo decir lo mismo, primo —respondió fríamente el rubio—. ¿Por qué estás afuera?

Bill se habría sonrojado de no ser por el frío que hacía en la calle—. Olvidé las llaves y el celular en casa.

—¿Qué, tienes ocho años? ¿Necesitas que mami te guarde las cosas en el bolso antes de salir?

—Ah, no molestes y abre la puerta —gruñó el pelinegro. Hoy no tenía tiempo para discutir con el pesado de su primo, debía hacer una llamada importante, debía pedir disculpas a Tom.

El rubio abrió a regañadientes, divertido de ver a su primo correr a la casa con una mancha de humedad en el trasero.

—Si vas a salir, no olvides cambiarte el pañal, ya se te escapó el pipi —lo molestó.

Pero Bill lo ignoró. Corrió hasta su cuarto y allí estaba su maldito celular, enchufado para no quedarse sin batería. Lo sujetó con manos temblorosas y marcó el número del trenzado.

—Bill, ¿estás bien? —Fue lo primero que dijo Tom, pensando que algo malo había ocurrido.

—Estoy bien y yo… lo siento. Vengo llegando del centro comercial —comentó, sentando en la cama y exhalando profundamente.

—¿Estuviste aquí?

—Sí, pero olvidé mi celular en casa y por más que recorrí todo el maldito lugar, nunca te encontré —respondió, mirando al techo con el ceño arrugado.

—¿Vives muy lejos del centro comercial?

—No, no tanto, ¿por qué?

—Porque todavía te estoy esperando, Bill. Creo que tengo ampollas en los pies por caminar tanto —soltó una risita suave que derritió el corazón del pelinegro—. Tengo suerte que los guardias pensaran que estaba indeciso con las compras de Navidad y no que creyeran que intentaba robar o algo así.

—Ay, Tom. Lo siento tanto.

—No lo sientas y ven a verme. Y esta vez, trae tu celular —mandó el trenzado—. Encuéntrame en el Starbucks de aquí. Te esperaré con un mocca late.

—Hecho. Voy para allá.

Apenas cortó la llamada, Bill se quitó los pantalones a patadas y se puso otros más ajustados. Se dio una mirada en el espejo y tras meter el celular y las llaves en el bolso, salió corriendo de casa.

Andreas rió al notar que su chaqueta también tenía la marca de humedad en el culo, pero no dijo nada, le gustaba que su primo hiciera el ridículo.

Quince minutos después, Bill entró sin aliento al centro comercial y se dirigió al guardia del primer piso para preguntarle por el Starbucks, seguro que vio el lugar cuando buscaba a Tom horas antes, pero esta vez no quería perder la oportunidad de encontrarse con el trenzado, así que prefirió no arriesgarse y preguntó.

Amablemente, el hombre le dio instrucciones para llegar al patio de comidas, donde el Starbucks lo esperaba, pero Tom no estaba allí.

Bill entrecerró los ojos, mirando con atención a los clientes y luego pensó que Tom habría ido al baño o algo así. Se sentó en una de las mesas y pidió un capuchino mientras esperaba.

Al terminar su café, decidió que era suficiente y marcó el número de Tom, pero el aparato estaba en buzón de voz.

—Lo que me faltaba —susurró el pelinegro—. Se tiene que haber quedado sin batería.

Pagó su café y emprendió el regreso a casa.

Dios, odio mi vida. Por fin encuentro un hombre guapo y, por mi mala suerte, lo alejo.

Pensó, pateando una piedra mientras abría la reja de su casa.

Bill saludó a su tía que acababa de llegar y siguió su camino hasta la habitación. Gruñó y se dejó caer en la cama. Estaba cansado, frustrado y enojado, todo en uno, decidió que mejor se bañaba y acostaba, ya eran cerca de las siete de la tarde y no tenía intención de volver a salir, no con todo lo que había ocurrido ese día. A regañadientes tomó unas toallas y caminó hasta el baño.

Después de un rato, salió y arrugó el ceño al ver la cara sonriente de su primo—. ¿Qué te pasa?

—¿Quién es Tom?

—¿Y a ti que te importa? —Gruñó, entrando en la habitación, quería dar un portazo, pero el rubio fue más rápido y lo siguió.

—¿Es el que te dejó plantado este día? —Preguntó y agregó con saña—. ¿Dos veces?

—¡No! —Exclamó y quiso darle un golpe, pero el timbre de su teléfono lo devolvió al presente.

El nombre “Tom” brillaba en la pantalla, así que velozmente lo sujetó y presionó “contestar”

—¿Tom?

—Bill, esta vez fue mi culpa —dijo el trenzado al otro lado de la línea—. Mi teléfono se quedó sin batería.

—Supongo que es normal, porque estuviste todo el día en el centro comercial esperándome —respondió el pelinegro, ajeno a las risitas burlonas que le enviaba su primo.

—No sabes lo mucho que lamento no haber podido verte hoy, Bill. Tengo tu regalo de Navidad, ¿sabes?

Andreas escuchó aquello último y exclamó un “aaaww, que tierno”

—¡Vete de aquí, idiota! —Gruñó Bill, sacando a Andreas del cuarto, casi a patadas—. Siento eso —se disculpó por teléfono.

—¿Quién era?

—Mi primo Andreas.

—Pensé que estabas en tu casa.

Bill suspiró y Tom notó de inmediato que eso había puesto triste al chico—. Bill, disculpa, no quise ser indiscreto.

—No te preocupes. No es una bonita historia, tal vez después te cuente, pero no ahora.

—Está bien. ¿Estás arropado? Hace frío y tus labios se ponen morados cuando pasas frío —dijo el trenzado, sacando una sonrisa en el otro, todavía recordaba detalles de su primer encuentro, aunque no fueran los más bonitos.

—Me acabo de dar un baño caliente y me disponía a costarme, porque estaba demasiado frustrado como para volver a salir —respondió honestamente.

—Es una lástima no estar ahí, para calentar tus pies —su comentario era inocente, pero el tono de voz que usó, erizó los vellos de la nuca del pelinegro.

—Sí, es una lástima —contestó el pelinegro y sin poder evitarlo soltó una risita, que poco a poco se volvió una carcajada.

—Creo que cambiaré de profesión, seré payaso —dijo Tom—. Me encanta el sonido de tu risa.

—Lo siento, no quise ofenderte, ni burlarme, es sólo que… Tom mi vida es tan rara. Mi primo siempre me atormenta hablando sobre mi mala suerte, que realmente estoy empezando a creer que estoy estrellado, en lugar de haber nacido con buena estrella.

—No digas eso, Bill.

—Pero es cierto. Y ahora, justo cuando te conocí y pensé que eras lo mejor que me había ocurrido en la vida… —suspiró—, ni siquiera me puedo encontrar contigo.

—Pero estamos hablando, Bill, eso significa que pese a la mala suerte, o como quieras llamarle, no habrá forma de separar nuestros destinos. Ya nos encontramos una vez y lo volveremos a hacer —afirmó el trenzado y su voz sonaba tan segura, que Bill sintió que su pecho se llenaba de algo muy cálido y dulce—. A menos que… tú no quieras hacerlo.

—¡Sí, quiero! —Dijo con demasiada fuerza.

—¿Qué quieres, pervertido? —Era Andreas asomando la cabeza en el cuarto de Bill.

—Envíame tu dirección por mensaje y te aseguro que mañana nos encontraremos —dijo Tom, sin hacer caso de la voz molesta que se oía al otro lado de la línea.

—Lo haré, dame un segundo.

Bill intentaba escribir un mensaje cuando la mano insidiosa de su primo sujetó con fuerzas el celular, logrando que este saltara por los aires y cayera al suelo, desarmándose en varios pedazos de tecnología.

—¡ANDREAS! —Gritó el pelinegro.

—Ups —dijo el rubio y salió corriendo, antes de ser asesinado en su propia casa.

—¡Deja de molestar a tu primo, Andy! —Gritó la madre del rubio desde la cocina, al escuchar el enojo en la voz de Bill.

El pelinegro se lazó al suelo y recogió las partes de su teléfono, intentando armar el aparato, pero por alguna extraña razón, no volvió a encender.

—No, no, no, por favor, no te mueras ahora —pidió en una súplica silenciosa—. Al menos déjame rescatar el número de Tom —Pero fue imposible.

Derrotado, Bill se metió en la cama y suspiró. No quería llorar, aunque tuviera un enorme nudo en la garganta.

Cerró los ojos y se quedó despierto por mucho tiempo, intentando no sucumbir ante las lágrimas que amenazaban con salir.

Cuando por fin se calmó, ceca de la media noche, el sueño lo alcanzó y por primera vez soñó que tenía buena suerte y lograba ver a Tom.

& FIN &

¿Qué les pareció? Billito sigue con su mala suerte, pero Tom está ahí para apoyarlo. ¿Creen que este sea el fin de la serie y todo sea una gran Navidad de mierda para Bill? ¿O piensan que Bill se merece un poco de buena suerte en las fiestas y que Tom se la dará? Me muero por leer sus opiniones. Muchas gracias por venir a leer. Encuentra el resto de la serie «Aquí».

Escritora del fandom

4 Comments

  1. Continúa por favor!!!!!

    • Tenía una continuación, pero no estaba completa. Ahora, por fin, la he terminado y estará disponible.
      Gracias por comentar

  2. No me pudes dejar así!!!!
    Tienen que juntarse
    Por favor😇😇😇😇😇😇😇

    • Creo que tengo la continuación de este shot. La buscaré y publicaré.
      Gracias por el apoyo.

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