Especial TWC de Navidad

Administración: Este es un One-Shot rescatado. Sin embargo, no tenemos el nombre del autor o autora, por tanto lo hemos archivado como «Desconocido», si algunos de ustedes -queridos lectores- por casualidad conoce la identidad del escritor, avísenos en los comentarios, para poner su nombre, ok? Ahora, disfruten la lectura.

(One-Shot TWC)

«Especial de Navidad»

-¿Qué? Otra vez mamá escribió lo mismo que el año pasado -Bill Kaulitz de 19 años le pasó la pequeña tarjeta muy decorada y, claro, con un gran número de letras doradas que venían repetidas en quizá un millón de tarjetas. Lo que hacía “única” a aquella tarjeta era la caligrafía de su madre, pero que por descuido eran exactas a las palabras de la navidad anterior.

-¿En serio? -Tom Kaulitz acomodó sus rastas y se tiró sobre el sofá justo al lado de su hermano menor, Bill, quién además, era su gemelo. Releyó las líneas y sonrió- Tal vez mamá quería que también tuviéramos dos cartas gemelas, ¿no?

-Seguro -bufó Bill, mirándolo a través de esos mechones negros que se posaban sobre sus propios ojos y dibujaban unas líneas sobre la silueta de su hermano mayor- ¿Desde cuándo tú tan positivo?

-Desde que te tengo de hermano -El chico de rastas pasó su brazo por detrás del respaldo del sofá donde se hallaba situado Bill- Contigo ni derecho tengo a quejarme.

-Lo haces -dijo Bill teniendo fijas sus orbes castañas en el televisor- con indirectas, hasta con tu “positivismo”, te quejas. El trabajo es trabajo, sea navidad o no.

-Sí, eso siempre dices -Tom dejó de mirar con detalle el perfil de su hermano menor y al notar que éste no le devolvía la mirada siquiera, mejor se centró en ver los aburridos comerciales de juguetes- ¿Recuerdas cómo pasábamos navidad?

-Cómo olvidarlo. Seguro que si ese gordo en verdad hubiera existido jamás nos hubiera regalado nada… aún así te portabas bien -dio un codazo amistoso a su gemelo.

-Es que yo saqué la conciencia de los dos. En cambio tú… -le miró y no pudo evitar sonreír ni mucho menos el impulso de arrimar la boca a su mejilla, dejando en ella un beso húmedo.

-Eres la maldad pura.

-¿De qué hablas? -reclamó Bill, haciéndose el ofendido- Si yo soy un ángel.

-De Lucifer será, sino es que eres él mismo -contestó Tom satisfecho del leve sonrojo de Bill, pero esperaba no haberle provocado ideas.

Pero si yo mismo las estoy pensando es porque él…” pensó el chico mientras con miedo miraba de reojo a su hermano que no le quitaba los ojos de encima; hasta que una música muy conocida procedente del televisor les quitó esos pensamientos en un instante dibujando en sus rostros unas muecas de melancolía.

-¿Siguen pasando esa película? Es viejísima.

-Te asustabas mucho con el monstruo que siempre jodía a santa.

-Pero bien que te aprovechaste de mi inocencia -dijo con melodrama Bill.

-Bah, por favor, te morías por tenerme abrazado tanto tiempo con una excusa convincente.

-Más bien sería al revés, si llegaba mamá podrías decirle “Como Billy tiene miedo pues ni modo, a sacrificarme y abrazarlo”. Claro que fue más sacrificio para mí, siempre estabas todo sudado.

-Idiota, en invierno no sudaba ni una pizca -Tom se arrojó hacia Bill para abrazarle con fuerza mientras su hermano menor luchaba para quitárselo de encima ya que lo estaba aplastando y haciendo que los accesorios de su ropa se le encajaran en la piel.

-¡Pero te quedaba el olor de tanto jugar con los gorilas del barrio! -se defendió Bill continuando con su lucha contra el agarre de los brazos de Tom.

-Dices eso porque te morías de celos… lo sé.

-El amor es egoísta.

-Y egoísta es tu segundo nombre, ¿no? -Bill torció su boca y plantó un beso rápido sobre su boca. Tom se sorprendió por la reacción.

-Y el tuyo amor, ¿no? -dijo Bill haciendo una perfecta imitación de la voz de Tom. Pasar toda su vida con él le había brindado esa habilidad. Tom se sonrojó de sobremanera y le soltó hundiéndose en la esquina contraria a donde estaba Bill; con el rostro hacia el televisor fijándose en cada escena de la película, recordando como de fotografía cada instante en el que Bill se aferraba con más fuerza a él en cada ocasión en el que el monstruo aparecía en aquella caja oscura. Bill, como si fuera un gato, se acercó al lado donde estaba Tom estático. No había cambiado eso en él, puso su cabeza sobre sus piernas mirando hacia arriba y tomó las manos de su hermano mayor- Por eso naciste primero, por eso el amor es egoísta. Tú eres amor -dijo Bill, mostrándole una de sus pulseras, alegando que aquel objeto simbolizaba a su hermano- Y yo soy egoísta, claro que solo la palabra -especificó, mostrando otro de sus accesorios que adornaban su muñeca. En milagrosas ocasiones Bill era un manojo de ternura misma. Tom entrelazó su mano con la de su hermano menor recordando cada palabra dicha por él. Justo miraron que en la televisión anunciaban que comenzaría un maratón debido a la época navideña, por lo tanto, serian puras películas casi con la misma trama.

-Deberíamos ir con George y Gustav a esa fiesta loca de navidad. David dijo que irían personas importantes -comentó Bill. Tom le miró, cuando le decía tales cosas con la intención guardada de pedirle su opinión era porque en sí no quería ir, sino obviamente diría todo en modo de orden.

-Da igual, yo prefiero quedarme aquí, calientito, contigo.

-Calientito, ¿eh? -dijo Bill alzando una ceja y riendo entre dientes. Tom le dio un pequeño golpe entre sus mechones oscuros.

-Pervertido… murmuró con cariño y dejando su mano, jugando con sus mechones y divirtiéndose simplemente por estar con su hermano, y claro, recordando tan buenos momentos.

Pasaron quién sabe cuantas horas mirando la televisión: devorando toda la botana que se encontraba en el frigorífico; bebiendo aquellas latas que Gustav había dejado abandonadas los cuales eran distintos jugos combinados con vodka y, por supuesto, no podía faltar el maratón de “Mad Christmas” o bueno ese título se le había ocurrido a algún escritor mal pagado de la televisora. Todo hasta el punto que Bill se quedó dormido de pronto. Tom, sin pensarlo dos veces, cargó a su gemelo hasta la habitación que compartían. El mayor, a pesar de que había bebido menos que su hermano, se encontraba mareado y de pronto venían como flash a su mente, partes de cada una de las películas que pasaron sobre sus pupilas sin olvidar las pequeñas críticas “constructivas” de parte de Bill y él mismo a cada guión trillado.

Bill roncaba estrepitosamente tumbado sobre el edredón y se movía de un lado a otro, jalándolo consigo y dejando ver esas sábanas de seda por debajo. La habitación estaba alumbrada por una lámpara que casi le llegaba a la estatura del mayor de los gemelos Kaulitz. Tom se paró frente al espejo para desatar sus rastas con cuidado y mirar por éste, en la esquina izquierda, el reflejo de su hermano, murmurando quizás el comercial de las galletas de jengibre; el cual pasó casi de manera subliminal porque recordarlo le llegó el antojo de unas… Agitó su cabeza. Cambió sus ropas por unas más ligeras, no era necesario traer esas chamarras y suéteres unas sobre otras simulando pieles de osos. La tecnología les había ahorrado eso.

-Bendita calefacción -murmuró en voz baja, temiendo despertar a Bill. Luego se rió el mismo de aquella incoherencia, Bill, al caer, dormido era una campal para tratarle de despertar; pero de todas maneras no se atrevía a hacer algún escándalo. No porque le tuviera miedo (pasando de largo el pésimo humor que tenía recién levantado), sino porque amaba verlo así, sin esa cara de “villano planeando conquistar el mundo”. En fin, ya lo había logrado, sin embargo, en esos instantes estaba pintada en su cara la descripción más cercana a la “Perfección angelical”. Se acostó a lado de él en la cama King size, arrojó al suelo la mitad de las almohadas, ya que en realidad eran innecesarias. Los contrastes de la habitación de la madera en el piso y los muebles de caoba, además de los negros y blancos de la cama, paredes y cortinas, le hacían sentir que su hermano y él eran parte de la decoración de dicha habitación. Pero no era solo en colores, Tom sujetó la mano de Bill que dejó sobre una de las almohadas con funda negra fijando detalle en la pequeña diferencia de tonos de piel de ambos. Agotado y arrullado por la infernal canción de las luces que habían puesto en los pasillos los empleados del hotel, cerró los ojos para caer en el abismo de sus sueños.

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-No debimos de hacerlo -replicó Tom, de siete años de edad, de menor estatura que el otro chiquillo que estaba sentado en el columpio contiguo, balanceándose sin preocupación. Mientras Tom esperaba una respuesta de su hermano jugueteaba con sus manos en las cadenas que sujetaban los columpios, nervioso a cada segundo más y con una angustia que se reflejaba en sus ojos al recordar el hecho. Su mejor amigo y hermano menor posó sus ojos en él y le contestó después de un largo suspiro que se pudo observar debido al frío helado del ambiente.

-¿Por qué no? Fue genial -con una sonrisa en su rostro seguía balanceándose, su nariz tenía unos pequeños toques de carmín en la punta.

Tom mirando ansioso a un lado y a otro, se acercó a Bill aún sentado en el columpio y le susurró- Porque… Santa nos acusará y todos se enojaran mucho.

-Te preocupas por nada, Tomi. No lo sabe nadie -volteó su rostro hacia él- Sólo nosotros dos.

-¿Cómo no lo sabrá? Lo sabe todo. Todo. Recuerda lo que nos dijo mamá.

-No te preocupes. No sabe -insistió Bill, deseando que si lo repetía las suficientes veces su hermano mayor terminaría por creerle. Pero acabó siendo lo contrario y Tom no dejaba de repetir sus miedos, Bill, debido a su casi inexistente paciencia, le gritó- ¡PORQUE ES UN SECRETO, Y SANTA NO LOS PUEDE VER! -aquel grito sólo acalló a Tom pero interiormente seguía con sus miedos.

Caminaron con lentitud el camino de costumbre a su casa, pasando ese árbol a medio caer, el perro que deambulaba por los alrededores con un hombre que se rumoraba estaba un poco desquiciado y a la misma hora los gemelos dejaban sus huellas invisibles sobre el cemento para seguirlas al día siguiente. Bill no podía entender aquella inquietud en su gemelo, a él le valía un rábano si le traían algo o no en cada navidad, esa idea había sido estupenda y no se arrepentía en absoluto. Tom no se había puesto así ni cuando rayaron con una llave que encontraron en la calle el auto del director, ni mucho menos cuando llenaron de mermelada a esa maestra sustituta haciendo que las hormigas deambularan hasta quien sabe cuales escondrijos de su cuerpo; Tom sólo reía a carcajadas de sólo recordarlo hasta ahora.

¿Por qué le afectaba tanto? ¡Cómo el hecho de que él y…! Interrumpiendo sus pensamientos, pasó el perro delante de ellos para ladrarles con frenesí y ambos corrieron despavoridos rumbo al árbol de costumbre hasta que ese animal se aburriese y se largara, haciendo que se olvidaran ambos de ese asunto al ver como la odiada bufanda que le había elaborado su madre en una de sus tantas clases era destruida por el perro. Simone meneaba la cuchara dentro de la taza del café sin quitar su atención de la ventana esperando a que sus hijos llegaran. Esperaba que la plática de su abuelo tan efusiva sobre el ser buenos o malos niños no le hubiera afectado como presentía. Tom era más maduro que Bill, seguro que lo había captado de manera adecuada, su padre se ponía en aquella actitud siempre acercándose la víspera de navidad, decía que era un gran invento para presionar a que los niños reprimieran sus impulsos pero eran simples niños, ¿qué podrían hacer? Bill le preocupaba y mucho, lucía un tanto triste para las navidades debido a las sucesivas travesuras que hacía junto con Tom. Tal vez eso de la navidad sólo causaba estrés en los niños.

-Pobre de mi Billy, debe estar muy preocupado… -en ese instante llegaron los gemelos saludando como siempre a su madre: Bill dándole un abrazo y un beso mientras que Tom con un tímido beso sobre su mejilla y su hola.

Bill le llamaba la atención que Tom cada día que pasaba sonreía menos y se estuviera volviendo más callado- ¿Qué tienes? Estás raro -dijo Bill mientras ponían los adornos para las galletas que su madre les había encargado.

-Nada -contestó Tom, hundiendo los ojos en el monito de galleta frente a sí.

-Aja, sí. Vamos, dime que tienes.

-Ya te dije que nada -dijo Tom arrastrando las palabras y un tanto irritado.

-Somos gemelos, sé que te pasa algo, escúpelo de una vez.

-No es nada… en realidad… -recargó sus codos sobre aquella mesa- Pasado mañana será navidad.

-¿Y qué?

-¡Y qué Santa le dirá a todos que soy malo, y que tú lo eres, y ya nuestros papás nos van a odiar! -exclamó rayando en el pánico Tom- Te van a odiar a ti también por mi culpa.

-No. En verdad que no lo sabe y… te lo probaré -Bill se inclinó hacia Tom dándole un beso casto sobre sus labios, se separó alejándose apenas unos centímetros- No fue tu culpa, yo también quería hacerlo, Tomi.

Bill no sabía cómo pero tenía que demostrarle que aquel gordo viejo no sabía nada del asunto de “lo que no deben hacer los hermanos”. Vamos, por muy gordo que estuviera no podía tener ojos en su grasa corporal y mandarla a volar y espiarles a todos, ni siquiera podría saberlo todo. Si así fuera su madre sabría que él era quien planeaba más de la mitad de las travesuras que hacían y de todas maneras el año pasado le habían traído una bicicleta. Siguieron con las galletas pero Bill no dejaba de pensar qué hacer para quitarle la angustia a Tom. Llegó el día. Tom se había quedado en casa junto con su madre debido a que le dio fiebre y Bill estaba tomado de la mano de su padre recorriendo los pasillos del centro comercial para que fuera a tomarse la foto con santa. Él no quería pero Tom se lo pidió, además de que al pensarlo mejor concluyó que sería una forma ideal para demostrarle a su hermano mayor lo equivocado que estaba.

Bill hizo una mueca de fastidio al ver lo largo de la fila. No tenía tiempo, pronto sería la hora en la que su madre le daría el medicamento a Tom y él dormiría profundamente. Se soltó de la mano de su padre y empujó a los niños, tirando incluso a algunos para hacerse paso hasta llegar a ese hombre de barbas blancas. Su asunto era mucho más importante que los huecos deseos de tener un nuevo juguete o una nueva figura de acción. Quería que su hermano fuera igual que antes, su hermano era más importante que cualquier cosa. Ahí estaba frente a él en ese estrecho entre duendes, caramelos artificiales y algunos renos. Santa estaba en pie frente a la cámara cargando a uno de los tantos infantes que habían acudido al lugar. Bajó a uno de ellos y caminó de regreso a su puesto y a escuchar las peticiones de esos inocentes. Bill se interpuso en su camino; Santa se detuvo en seco y le miró.

-¿Qué quieres, niño?

-Preguntarte… -dijo Bill algo inseguro de que su padre estuviera detrás con una cara de enfado y disculpándose con los padres de los niños que había lastimado en la odisea para llegar a ese enorme hombre de rojo. Tragó saliva, no importaba si le reprendían, quería que a Tom se le esfumara esa silueta de tristeza.

-¿Qué quieres preguntarme? Dilo ya.

-Quiero saber si… tú sabes quién fue quien beso a mi hermano en la boca -Santa se quedó pensativo y extrañado por el cuestionamiento de ese pequeño niño de cabello rubio oscuro y una mirada de determinación. Pero luego le miró con reprimenda.

-Los niños tan pequeños no deben besarse, eso debes decirle a tu hermano, no entenderían tales cosas son muy serias -Bill sonrió ante la respuesta, su padre también, quien estaba con curiosidad debido a lo dicho por su hijo.

-¿Y sabes quién me besó a mí? ¿Y quién me abraza todas las noches? ¡¿Y sabes a quién quiero más que a todos mis juguetes, que a los pasteles de la abuela y…?! -se quedó callado al tener detrás a su padre. No podía decirles que sentía que quería más a su hermano que a sus mismos padres así que sólo le miro triunfante- No lo sabías, claro que no lo sabías -Bill corrió por el centro comercial con su padre detrás. Tenían que llegar rápido a la casa- Vamos papá, date prisa, tengo que decírselo a Tomi, rápido -su padre estaba más molesto que unos momentos atrás, sujetó con fuerza a su hijo de su pequeño y delgado brazo, y le detuvo en seco.

-¡Ya basta! Debes saber comportarte. Aquí no está tu madre para consentirte, ¿no viste el desastre que has causado? -lo reprendía su padre.

-Me regañarás luego, papá. Vamos a casa, date prisa -Bill, con todas sus fuerzas, lo jalaba pero no se movía ni un centímetro. Su padre, rindiéndose por tener que razonar con un niño, caminó con prisa hacia el auto para dirigirse a casa.

El niño seguía sonriendo cuando entró por el umbral de la puerta, tiró sus enormes abrigos, guantes y bufanda al piso e ignorando que su padre le contaba su comportamiento a su madre en el centro comercial, corrió a las escaleras subiéndolas rápidamente. Había notado que su madre apenas estaba subiendo para darle el medicamento a su hermano justo cuando llegaron, y entró presuroso a la habitación de Tom. Ahí estaba de espaldas, Bill le jaló del hombro para voltearle, pero…

Una enorme presión se formó sobre su pecho, sentía que se asfixiaba. Corrió escaleras abajo tropezando con sus padres que le llamaron pero Bill hizo caso omiso y sin abrigarse, salió al helado aire de la calle. No se comparaba el dolor del hielo entrando por sus pulmones al ver a su hermano de esa manera, ahorcado con las sábanas y con ese tinte azul en su cara. Sin vida. No había nada en su cabeza además de esas palabras que rebotaban de un lado a otro. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! No lo sabía, no lo sabía. Se tiró de rodillas sobre la nieve y no teniendo buen equilibrio sus manos también se posaron sobre la blanca nieve de su patio delantero, detrás de él se escuchaban los gritos de su padre y madre y se le antojaban lejanos e irreales. Bill mordió su labio y empezó a gritar- NO LO SABÍA, SANTA NO LO SABÍA. ¡IDIOTA! -gritaba y gritaba, dejando que el calor de sus lágrimas se extinguiera en el instante que recorrían sus mejillas…

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Bill se despertó exaltado, llorando, temeroso. Buscaba desesperado la silueta de su hermano, esa pesadilla, fue tan horriblemente real, miró que estaba de espaldas… Sus manos temblaban y sus mejillas estaban cubiertas por las lágrimas que salían a borbotones de sus ojos. También su boca sufría del colapso del miedo a que la pesadilla fuera real. Temblaba- Tom… -murmuró Bill al voltearlo y asegurarse de que aún respiraba, tranquilo, sin preocupación. Seguía soñando. Bill comenzó a reírse de felicidad, aliviado. Sólo había sido una horrible pesadilla, su mente había revuelto demasiadas cosas reales e irreales, miedos, recuerdos, ese estúpido maratón navideño. Bill se colocó sobre Tom dejando su cabeza sobre su pecho, así no tendría miedo de asegurarse que seguía respirando.

-¿Qué pasa? -preguntó Tom, adormilado y tallando su ojo izquierdo con el puño de su mano.

-Nada… -dijo Bill con su mejilla pegada al pecho que subía y bajaba acompasadamente.

-¿Pesadillas?

-Ujum… -el chico de rastas rodeó la cintura de su gemelo.

-Vuelve a dormir

-Pero tengo miedo

-¿De qué? -dijo Tom, cerrando sus ojos- Bill Kaulitz con miedo… es difícil de creer -el chico comenzaba a arrastrar las palabras no dándole tanta importancia, tenía demasiado sueño. Pero al sentir que su hermano estaba temblando, la preocupación le recorrió desde las uñas de sus pies hasta la coronilla.

-De perderte Tom. Si yo muero… morirías conmigo, ¿verdad?

-No hablemos de muerte, ¿quieres? -Bill no alzaba su mirada, seguía temblando. Tom aspiró su aroma y le abrazó, como si lo protegiera- Ya lo habíamos dicho

-Pacto de muerte… -pensó en voz alta Bill recordando cómo se habían besado tanto aquella vez hasta que sus bocas sangraron un tanto. En eso habían quedado.

-Eres un raro -dijo Tom en broma- hablando de muerte en navidad… mejor duérmete, Grinch.

-Idiota… -le contestó Bill acomodándose ya con la tranquilidad en su alma y dejando que sus parpados cubrieran nuevamente sus ojos- Te amo

-Y yo a ti -le respondió su gemelo.

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Había una vez una niña que tenía un gran número de juguetes, los tenía bien ordenados en su habitación, pasaba felizmente las horas junto a ellos, imaginando y creando nuevos mundos. Algo que le gustaba jugar casi todos los días era a hacer de guerras con los soldados de plomo que le había traído su padre al pensar que nacería un chico, pero tanto quería a su padre que al final se convirtieron en sus preferidos. Cuando se los dieron, al tener la edad para no tragárselos, miró que había uno diferente, le faltaba una pierna, un defecto de la fábrica. Pero, a pesar de eso, al jugar lo ponía siempre en la primera fila, sí, a ese soldado de plomo mutilado, para así formarle un valor más que a ningún otro. Tanto era su cariño por ese pequeño soldadillo de plomo que le puso Tom. Aquella niña tenía una preferencia por ese nombre, seguro que cuando fuera madre le pondría así a uno de sus hijos. Acomodó sus coletas rubias, y continuó jugando. Había días que por descuido y por darse prisa a salir a jugar con sus demás amigos, dejaba a su soldado preferido entre los demás juguetes. Fue así como conoció a un hermoso bailarín de ballet también hecho de plomo. Desde el primer momento se había formado entre el bailarín y el soldadito defectuoso, una enorme confianza y unión, tanto así que lentamente, casi sin darse cuenta siquiera, ese soldadito de plomo se enamoró de aquel bailarín de plomo. Los días y las noches pasaban de prisa, mucho más las noches mientras conversaban, pero Tom, el soldado de plomo, no encontraba el momento justo e indicado para declararle sus sentimientos. Siempre que la niña rubia comenzaba nuevamente sus juegos de guerra deseaba con todo su ser que aquel bailarín le mirase y se diera cuenta de todo su valor. Era un bailarín que la madre de la niña le había comprado al tampoco encontrar lo que tanto había querido, pero le pareció tan angelical que al final también lo terminó apreciando mucho y le puso Bill.

Aquellas miradas perdidas hacia el bailarín y los suspiros que no se esmeraba aquel soldadito en ocultar, no pasaron de largo por el bufón de la caja sorpresa al que todos llamaban David, debido a que ese nombre tenía impreso en la caja de donde, cada vez, como por arte de magia, se habría después de media noche y con su cabeza con cascabeles apuntaba al pequeño soldado. Finalmente, ese bufón no pudo más y gritó- ¡Oye, tú! ¡Deja de mirar a Bill!

El pobre Tom, aún siendo de plomo, se ruborizó sin más pero el bailarín sonrió y le consoló- Ignóralo, te tiene envidia. A mí me encanta hablar y estar contigo -lo dijo con un rubor en sus mejillas también. Pobres de ambos, eran tan tímidos que no podían confesarse su amor mutuo. Un día aquella niña colocó al soldadito Tom en el alféizar de la ventana que justo daba al jardín de su casa.

-¡Estarás aquí, vigilarás por si vienen enemigos! Serás cojo pero todavía ves muy bien -Y la niña después colocó a los demás soldados de plomo sobre una gran mesa de caoba para comenzar su nuevo juego.

Días y noches pasaron sin que fuera Tom, ese soldadito de plomo, retirado de ser guardia. Una tormenta comenzó de la nada una tarde, el viento estremeció la ventana tirando a la estatuilla de plomo que cayó al vacío con la cabeza hacia abajo; su fusil clavándose en el suelo. No paraban el viento ni la lluvia. Dos chicos se cubrían de casi las últimas gotas de agua que escurrían por doquier, encontraron a la pequeña figura y uno de ellos lo metió en su bolsillo, aunque le faltaba una pierna seguro para algo serviría, pensó. Con una bola de papel que uno de ellos tenía guardada dentro de su mochila, formaron un pequeño barco de papel y montaron encima al soldadito de plomo, lo pusieron sobre el agua que corría sobre las calles pero fue succionado por la alcantarilla junto con el barco de papel. Entre agua turbia, se encontró rodeado de enormes ratas pero aquello no le daba miedo, había estado en batallas aún peores. El curso de la alcantarilla llegó al fin a un río, el barco de papel se deshizo sin más y Tom, el soldadillo de plomo, presenciaba su fin al hundirse al fondo del agua, lamentándose con dolor de tantos hechos, pero ninguno le dolía más que el no ver de nuevo a Bill, su bailarín; no importaba que no supiera sobre sus sentimientos pero deseaba verle. Se había prometido que pasaría esa navidad con él y así no tendría miedo de que otros juguetes le sustituyeran.

De pronto, percibió la figura de algo que se acercaba hacia él y al instante siguiente todo se había vuelto negro. Había terminado en el estómago de un pez que antes de que pudiera digerirlo fue atrapado por una red. Poco después ya se encontraba exhibido en una vitrina observado por los ojos de una señora indecisa- Sí, déme ese -pidió llevándose el pescado que llevaba al soldadito dentro.

Sería algo nuevo y delicioso para la cena de navidad. Llevaron el pescado a la cocina para que lo prepararan como era debido, y al cortar su carne para quitarle las vísceras, aquella criada se encontró con lo inesperado, analizando la figurilla que había hallado. Ni dudarlo, ese debía ser el soldadito de plomo que por días había estado buscando la chiquilla de esa casa. Le llamó para darle la buena noticia aprovechando que lo lavaba. La niña rubia estaba triste pero al ver a su soldadito Tom de vuelta, sonrió como el sol y corrió para llevarlo con los demás soldados- Pobrecito, estabas dentro de ese pescado apestoso… ¡¿Cómo habrás llegado ahí?! Sin duda eres mi favorito

Antes de juntarlo con las filas de soldados, le puso sobre le chimenea donde también había puesto a su bailarín de plomo. Estaba tan contento, no dejaba de contarle lo que había pasado y lo feliz que estaba de poder verlo otra vez. Pero la mala suerte le llegó al soldadito Tom porque uno de los criados movió la cortina de una de las ventanas y tiró al bailarín, haciéndolo caer sobre el fuego. El soldadito Tom se sentía tan desesperado e impotente para salvarlo, sabía que el fuego estaba encendido y se fundiría sin más. Se trató de balancear sobre el pedestal que le sostenía, después de sucesivos esfuerzos cayó también. Ya no era un milagro lo que les unía sino una desgracia, pero estaban cerca uno del otro, el fuego fundiendo las bases que les sostenían, el de uno se mezcló con el otro y el metal sorprendentemente tomó la forma de un corazón. Ya estaban sintiendo como sus cuerpos se fundían, pero el soldadito Tom no sentía pena alguna, estaba ahí, estaría por siempre con su amado bailarín.

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Tom abrió los ojos. Bill seguía abrazado con fuerza a él “Qué extraño sueño… ¿Yo un soldadito de plomo? ¿Bill una bailarina?” pensó Tom y una sonrisa salió sin más recordando lo “bien” que bailaba su gemelo. Tanto Rudolf, santa, cascanueces y milagros navideños habían llegado hasta su subconsciente y seguro que el vodka y ese montón de botana también habían contribuido a ese sueño tan apegado a la película navideña. Aunque era verdad, la tragedia y los milagros les unirían, cualquier cosa que pasara estaría con él, aunque le lamiera las llamas de cualquier prueba o dolor, de la gente misma, de los señalamientos de la sociedad en cualquier momento, su corazón, su alma, su ser entero estaba unido y era parte de Bill. Estaba totalmente seguro de que para Bill era lo mismo- Nuestros corazones se fundieron -murmuraba para un Bill totalmente dormido- por el… fuego de la vida misma…

-Santa… ¿Rudolf es un robot? -habló, entre sueños Bill. Tom soltó una carcajada, ¿qué tipo de pregunta era aquella? Aunque se puso a pensar, no habría otra razón más lógica para esa nariz que brillaba. Bill se movió rozando cada parte del cuerpo que tenía debajo, así Bill había acallado a su hermano hasta estando dormido. La mirada del chico de rastas cambió radicalmente. Su cuerpo se sensibilizó enseguida. Percibía la fricción de la boca y aliento caliente de su hermano menor sobre su pecho, como se acercaba al murmurar dormido, como se alejaba, como sonreía apaciblemente, ese coqueteo de su boca carmesí. Sentía sus manos y esos pequeños arañazos de las uñas oscuras sobre la piel de sus brazos, deslizándose con lentitud.

Vio como Bill se cambiaba de posición más seguido, ¿sería acaso por sentir la mirada intensa de los ojos de su hermano mayor? Esos luceros que pasaban a través de su alma, de sus parpados, buscando en cada rincón, desnudándolo en la seguridad de la oscuridad de esa habitación. Bill ya estaba despierto, pero sentía la ardiente piel de Tom, su respiración y como pasaba sus manos con seguridad sobre su espalda. Aquello se sentía tan bien, era como ese sueño que acababa de tener, ese dónde le pedía a santa que lo envolviera para que Tom, al despertar ilusionado pasar sus manos por el papel colorido y metálico y sentir a través de este su adictivo calor, que pasara por su cuerpo la ansiedad de que Tom quitara el último listón y disfrutara así de su regalo.

El aire se volvía pesado, el aliento de Tom le brindaba una liviandad casi divina, no sólo sentía lo que podía tocar. Bill captaba también sus pensamientos, aquellas emociones, le sentía enteramente. Tom era suyo. Solamente suyo- Bill… -llamó Tom a su gemelo dándole palmaditas en la mejilla que no estaba cubierta por el cabello oscuro de éste.

-¿Um? -dijo en un tono seductor y provocativo, Tom se estremeció y se acercó a su oído.

-Ya es navidad. ¿Quieres tu regalo ya?

-¿Qué será? -Bill entreabrió los ojos- Apenas despierto y… -pasó su dedo índice sobre la mejilla de su hermano mayor- no dejas de desearme un instante

-No será algo como lo de “siempre” -le miró con seriedad- haré que lleguemos al final al mismo tiempo

-Tomi, eso lo logramos a veces, no tiene que ser un regalo

-Entonces… -Tom se puso pensativo y le sonrió con malicia- demostrémosle al gordo ese… que podemos portarnos muuuy mal y seguir teniendo el mejor regalo de todos

-A ti -repitieron al unísono y un segundo después fundieron sus bocas en un beso que fue aumentando de intensidad rápidamente, con hambre saboreando el dulce sabor de sus bocas.

Las yemas de Tom rozaban la nuca de Bill, se embriagaba con el aroma del perfume de su piel, aquello le excitaba tanto. Bill acariciaba con ligereza los hombros de su hermano, con lentitud bajando hasta sus caderas; mientras, Tom temía moverse demasiado y romper ese hilo de trance que se formaba al tocarse así. La mano de Bill bajó hasta su vientre y subió despacio hasta su pecho, sintiendo el golpetear del corazón bombeando sangre con rapidez a todo su cuerpo. Bill sentía en su entrepierna la de su gemelo y se daba cuenta a dónde estaba llegando esa sangre. Tom, hipnotizado por las caricias brindadas por su hermano, puso sus manos sobre las nalgas de Bill pegándolo contra su entrepierna que creció casi al instante en el que Tom amasó sus glúteos sacando gemidos sensuales de la boca húmeda de Bill que brillaba por la luz que se colaba del exterior. El mayor apretó más sus glúteos provocándole que gritara. Tom quería más, quería escuchar esa voz que le llevaba a tocar con la punta de sus dedos el mismo cielo.

Bill respondió con esmero y pasión cada caricia de su hermano por sobre todo su cuerpo, la ropa pronto quedó en el olvido sobre el piso de madera. La mano de Bill bajó con lenta tortura hacia su miembro, apretándolo con fuerza, Tom siguió la línea de la espalda de Bill cubriendo el camino con la punta de su dedo y llegando a la entrada; el menor abrió un poco más sus piernas, dándole paso libre, y Tom bajó más su mano para llenar su mano del líquido que comienza a mojar el pene de Bill y lubricar así su dedo. Empezó a estimularle y resbalarse hacia su interior, frotando, apretando, penetrando, sin más, mojándose. Al primer dedo, le siguió uno y después otro. Bill movió su mano de arriba hacia abajo, sintiendo el palpitar del miembro de Tom, quien se estaba enloqueciendo al igual que él. El menor se incorporó e inclinó su rostro para jugar con la lengua de su gemelo, mordidas, chupando sus labios haciendo sonora la separación y el húmedo jugueteo. Se sentó sobre el regazo de Tom y se inclinó hacia él de nuevo pero buscando algo en el piso, y termina colocándole un gorro de Santa que Georg había dejado por ahí haciendo sus payasadas de costumbre. Bill se le quedó mirando a sus ojos y pasó su lengua sobre sus propios labios, dejando ver la esfera negra en su lengua al mojar su labio inferior con saliva- ¿Puedo subirme a tu trineo, santa? Me he portado muy bien… -dijo sensualmente, pasando su lengua por su cuello y succionando hasta dejarle marca.

-Ya… eres muy grande para eso.

-Vamos, Santa -le susurró a su oído mordiéndolo- debes tener juguetes para adultos…

-Sí que tengo -murmuró esta vez Tom al oído de Bill y metiendo su lengua en éste- ¿Quieres probar algunos?

-Sí, sí quiero. Lo quiero ya… -dijo en gemidos Bill frotando sus glúteos sobre la erección de Tom. El mayor le tomó de los hombros e hizo que se quitara de encima de él. Lo colocó en cuatro y se puso detrás, tomando con su mano su miembro y haciendo círculos con su punta sobre la entrada del menor mientras Bill cerraba sus puños sobre las sábanas.

-Como no hay reno tendré que montarte a ti…

-Hazlo, hazlo ya… -pidió Bill en una súplica, y mirando que su gemelo no hacía más que torturarle, sujetó con su mano su miembro y provocó que le penetrara. Movió sus caderas en círculos mientras Tom empujó con fuerza hacia delante, provocando también el golpeteo de la cabecera de madera contra la pared en cada vaivén. Los gemidos, el sonido al entrar y salir de su gemelo, delante y atrás, dentro y fuera. Bill se masturbaba a la vez que Tom siguió envistiéndole, y se le unió la mano de Tom. Sabía exactamente que hacer, en qué ritmo, con qué fuerza. Bill apretaba sus piernas para provocar ese excitante escalofrío en todo el cuerpo de su gemelo, Bill temblaba no podía controlarse, esos espasmos repentinos y la saliva que ya le recorría hasta el mentón y caía a gotas sobre las sabanas negras, escurría de tal manera como su miembro y lo que hacían las líneas blancas entre sus nalgas hasta sus muslos- Detente… -rogó Bill en un gemido. Tom se extrañó por tal petición y se inclinó hacia él.

-¿Te he lastimado…?

-No… -sin más, Bill sujetó con fuerza las muñecas de Tom haciéndolo caer de espaldas sobre el colchón. Antes de que el mayor pudiese reaccionar, Bill se colocó en la posición adecuada para probar con su boca el sexo de Tom y qué él le correspondiera de igual manera. Bill sacó la punta de su larga lengua y lamió desde la base del pene de Tom hasta la punta, Tom cerró sus ojos y gimió, aquello era muy intenso. Quería más, así que empezó a succionar los testículos de Bill con lentitud humedeciendo con su lengua cada rincón. La sangre hacía palpitar todo su cuerpo, su boca la sentía tan caliente que se retorcía encima de Tom; eso se estaban volviendo convulsiones ya sin poder jadear, era más la necesidad de probar el líquido que salía de ambas erecciones. Tanto deseo y cariño les carcomía los cuerpos y mentes. Bill saboreaba el líquido de las entrañas de su hermano, no sólo había miel al besar su boca. Bill se giró al sentir que llegaba al final, levantándose jalo de sus rastas a Tom para que recargara su espalda contra la cabecera, Bill se sentó sobre el, alcanzó el gorrito de santa que había quedado olvidado en algún movimiento de sus cuerpos y se movió de tal manera sobre Tom que dejó su miembro entre sus nalgas- Santa… deseo algo para ah… navidad…

Tom sentía que estallaba de deseo en ese instante, esos juegos que inventaba Bill le encantaban- ¿Qué será?

Bill le sonrió y le besó apasionadamente mientras que su mano se encargaba de poner en la posición adecuada la erección de su gemelo y justo después de decir en un jadeo- Te deseo a ti -se sentó sobre ésta, moviéndose en círculos, de arriba abajo ayudado por su hermano, más y más fuerte, con el sudor resbalándose sobre sus cuerpos- Más aaah… más profundo Tom más -jadeó Bill enterrando sus dientes sobre el cuello de Tom, quien le obedecía sin reproche. Tom puso sus dos manos sobre las de Bill llevándolas a su miembro. Bill se las ingenió para seguir dando pequeños saltos sobre el miembro de Tom, cerraron los ojos y al mismo tiempo en el que en los brazos de Tom se dibujaron líneas rojas gracias a las uñas de Bill, llegaron al clímax, dejando aún más manchas en las sabanas negras. Bill se recargó por completo sobre el pecho de Tom. Estaban exhaustos, Tom estiró su brazo para subir el edredón pero Bill le detuvo.

-Espera… quiero… estar… un rato así -le dijo entre jadeos.

Tom asintió y le contestó a su oído- Pero… no te quejes… de que desee darte otro… paseo

-Bien… -jadeó Bill, respirando profundamente y sonriendo- Pero… seré el que monte

.

Se quedaron dormidos profundamente en aquella posición, amaneciendo adoloridos de todo el cuerpo, preparándose para la cena que harían los de la disquera y una que otra entrevista obligada a la que no podrían esquivar. Estaban arreglándose cuando entró a su habitación Georg con una barba totalmente falsa y con un vestuario rojo.

-Jo-jo-jo -dijo animadamente.

-Georg, te dije que no te pusieras nada rojo, se ve como es tu cuerpo en verdad -comentó Bill con un sonrojo en las mejillas y siguiendo con la tarea de delinear sus ojos.

-¿Y ahora qué les pasa? ¿Por qué tan amargados? -agregó Gustav, entrando a la habitación de los gemelos.

-¿Hueles eso? -preguntó Georg aspirando profundamente y luego mirándolos asustado con drama- Es olor a sexo desmedido

-Cierra la boca -pidió Tom saliendo del baño- ¿Te vistes como tu tía de nuevo? Sé que la quieres mucho pero ¿tanto como para ponerte también su barba?

-Con qué mala leche despertaron. ¿No se supone que después de la acción se amanece con ánimos?

Sí, pero no después de dormir como gallinas empollando” pensaron a la vez. A Bill seguía doliéndole el trasero desmedidamente, más que cuando fue su primera vez, y ni decir de lo que le dolía la espalda a Tom y “algo más”.

-Ya se miraron. No nos van a decir… En fin -dijo Gustav, dirigiéndose a la salida del cuarto- David nos espera, no demoren -Georg le siguió y fueron a abrir la puerta para encontrarse con David riendo con el típico “Jo-jo-jo”.

-Otro idiota -murmuró Bill. Tom le abrazó por la espalda.

-Pero sigo siendo tú santa favorito, ¿verdad, Bill?

-Pasando el dolor de trasero…

-Oye que mi dolor es más fatal -reprochó Tom.

-Claro que lo eres, Tomi -Bill giró su cuerpo y le atrajo a él para besarlo. Al separarse y dejarle brillo de cereza en sus labios, el cual Tom saboreó al momento, añadió- Y mi idiota favorito también.

-Sí, sí, lo que digas -David les llamó así que se separaron y caminaron rumbo al ascensor.

Mientras ambos sufrían sin poder remediar sus dolores físicos pensaban “Por algo la navidad es una vez al año… es peligrosa”.

Al salir del ascensor Bill se colocó muy cerca de Tom y le murmuró:

-¿Qué pedirás para año nuevo?

-Em… más adictivo incesto -le susurró, sonriéndole, y sin más, entrando a la camioneta.

Sí, más deliciosa droga” pensó para sí Bill sentándose a un costado de su gemelo y dejando “accidentalmente” su mano bajo Tom, dándole un relajante masaje para que se le olvidara el dolor, y el olvidara la visión de santas dobles que tenía enfrente. Seguro que si hacía el juego nuevamente de navidad con su gemelo, la figura de esos dos arruinaría todo… Pero bueno, siempre tenía a su Tomi privado. Todas las festividades podrían apestar y joderles, pero teniéndose el uno al otro, podían volverse fabulosas por arte de magia.

F I N

¿Qué les ha parecido?

Publico y rescato para el fandom TH

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