Este es un One-Shot que hemos rescatado gracias a Heiligtkt483. Sin embargo, no tenemos el nombre del autor o autora, por tanto lo hemos archivado como «Desconocido», si algunos de ustedes -queridos lectores- por casualidad conoce la identidad del escritor, avísenos en los comentarios, para poner su nombre, ok? Ahora, disfruten la lectura.
«Tortura»
He hecho el amor más veces de las que pude llegar a contar, pero la verdad es la siguiente… sólo me acuesto con mujeres para sentirme hombre, para ocultar esa parte de mi que quiere salir a la luz, esa parte que se muere por tocar a Bill, mi hermano.
<<Mierda>> susurré en alguna parte de mi subconsciente, otra vez esos pensamientos. ¡Que coña! Dormir me estaba haciendo mal, tomé mi cabeza entre mis manos para ver si esos remordimientos se iban. No podía creer que después de ocho años las cosas siguieran igual. Desde la infantil edad de diez Bill me tenía atraído, no sé si es por el hecho de que -desde nuestro nacimiento- nos habían hecho dormir en la misma habitación, y algunas veces en la misma cama.
Nunca olvidaré esas noches en la casa del abuelo, donde dormíamos juntos. Algunas veces mi hermano me abrazaba, debido a extraños sonidos que se oían de fuera, y aunque a medida de que pasaban los años le criticara y gritara porque me siguiera abrazando por las noches, en el fondo, anhelaba que lo hiciera.
Cerré esa parte de mis recuerdos una vez más y observé el reloj en la mesa de noche. Las cuatro treinta de la madrugada. La habitación del hotel estaba muy silenciosa, demasiado. Me recosté en la cama, intentando conciliar el sueño… pero no podía dormir… no quería hacerlo. Porque lo sabía, sabía perfectamente que si me dejaba caer en los brazos de Morfeo soñaría con lo que tanto anhelaban mis sentidos.
-¡Tienes un aspecto horrible! –escuché gritar a Gustav ¡había madrugado! Que sorpresa, me dije sarcástico. Era el único que lo hacía, tenía el cabello rubio mojado y desayunaba con tranquilidad mientras sus ojos se paseaban sobre mí.
-Que te importa. –le dije un tanto molesto. Aunque bien me arrepentí, no era culpa suya que yo tuviera un fuerte deseo sexual con mi hermano y que por eso no hubiera podido dormir.
-Tranquilo gorrita. –bien, eso si me molestó, y estuve a punto de gritarle y arrojarle el plato de cereales que comía si no hubiera seguido su frase – Bill se levantó hace un cuarto de hora, se veía fatal. Pero no por no dormir – a veces creía que Gustav sabía más de lo que demostraba – está algo enfermo, dijo que iba a reposar hasta el concierto.
Me bastó con escuchar que estaba enfermo para poner un tazón con agua en el microondas, y sacarlo a los cinco minutos para ponerle un sobre de sopa crema de arvejas. Escuché la sonora risa de Gustav detrás de mí, me quitó el tazón de las manos y me sonrió.
-Ve a arreglarte un poco, yo le haré algo.
-Es mi hermano menor, yo debo hacerlo. –refunfuñé, nunca podía hacer cosas por él. Esa era mi oportunidad
-Lo único que sabes hacer es un sándwich. Yo lo hago, ve a cambiarte y a higienizarte un poco.
No me agradó mucho la sonrisa que me dedicó cuando me dirigí al baño, era genial que hubiéramos conseguido un apartamento con cuatro habitaciones, dos baños, una cocina, un living bondadoso y un pequeño hall. Suspiré al abrir la puerta, el reflejo de mi rostro me hizo pensar que Gustav tenía razón. Tenía un aspecto horrible. Me quité la ropa y entré en la ducha, el agua caliente comenzó a caer por mi cuerpo… me arrepentí a gran escala de haberle hecho caso a ese madrugador nato, los recuerdos volvían a invadir mi mente.
Mi memoria siempre me jugaba malas pasadas cuando me bañaba, como cuando me había metido al baño y vi a Bill, que estaba en la bañera… masturbándose, pronunciando un nombre que no había podido escuchar. O la vez que él se había metido y yo estaba en la ducha, borracho… y lo incité a que se duchara conmigo.
Solté un grito ahogado y salí de la ducha, envolví una toalla a mi cintura y recogí mi ropa del suelo. Al ir a la cocina vi que Gustav ponía jugo de naranja en un vaso, que estaba junto al tazón de caldo de pollo, con verduras y fideos diminutos, como le gustaba a Bill, estaba todo sobre una bandeja roja. Él me sonrió, luego se retiró.
Cuando me aproximé al cuarto de mi hermano me di cuenta de que tocía mucho, abrí la puerta y sus ojos marrones me observaron. Me metí dentro y la puerta se cerró detrás de mí.
-¿Cómo te sientes? –le pregunté al acercarle el tazón con sopa.
-Bien. –me respondió sin mirarme, pero la tos y las mejillas sonrosadas por la alta temperatura le delataron.
-Mentiroso –repuse serio, posé mi mano en su frente; el calor que subió por mi palma me jugó una pésima broma. Involuntariamente analicé la situación: estábamos solos, en su habitación, con él caliente, yo excitado, la puerta cerrada… ¡Mierda! –Bebe tu sopa, te hará bien. –le dije antes de desaparecer por la puerta, tenía que hacer algo con la presión acumulada.
No miré ni a Gustav ni a Georg cuando me preguntaron a donde iba, sólo azoté la puerta y me dirigí a un lugar que ni siquiera yo conocía.
-Tom Kaulitz –escuché la voz femenina detrás de mí, en el callejón oscuro, luego vi su figura. Reí
-Mi dama, creo que estamos en desventaja, usted sabe mi nombre y el suyo para mi es desconocido. –murmuré lo suficientemente alto para que lo escuchara. Había escuchado esa frase de los labios de Bill en un bar, y la chica había quedado fascinada, aunque bien yo sabía que no necesitaba frases maricas para levantarme a las tías.
-Elizabeth. Es todo lo que debes saber.
-De acuerdo, Elizabeth será.
-Sé lo que buscas
Y eso fue lo último que escuché.
Tres horas después estaba poniéndome de nuevo la playera y colocándome la gorra, aún tenía desabrochado el cinturón, saqué la billetera de mi pantalón, Elizabeth me detuvo.
-Con el sexo fue suficiente, Tom. Si me pagas me sentiré una prostituta.
-Como digas.
No dije más, salí lo más rápido que pude, no estaba consciente de la hora y había olvidado por completo que tenía un concierto ese mismo día. Los chicos iban a matarme. En un momento, llegué a pensar que los Fans iban a matarme, había días que olvidaba quien era, y ahora, en pleno centro, a quien sabe que hora del día, me encontraba atropellado por fanáticas que querían un autógrafo. Aproveché a preguntar la hora, me quedaba una para el concierto.
Apresuré el paso hacia el establecimiento donde tocaríamos, supuse que Bill, Gustav y Georg estarían dentro, esperando por mí. Y así era.
Eran las dos pasadas cuando arribamos al apartamento, me sentía complacido, habíamos hecho más de cuatro apariciones y habíamos estado con fanáticos alrededor de una hora –sin mencionar alguna que otra pasada por bares-. Sólo había un detalle, de cuatro personas que ocupaban el apartamento, sólo estábamos dos. Los dos hermanos de Tokio Hotel.
-Si quieres te puedes ir con Gustav y Georg. –escuché la voz de Bill muy suavemente, y a la vez, muy ronca.
-No me voy a ir, tengo algo de sueño. –le mentí.
-Yo voy ah… – Bill dejó de hablar y cayó contra la pared, le tomé por la espalda y lo recosté suavemente en el piso, teniéndolo aún entre mis brazos, sabía que poco faltaba para que los pensamientos morbosos recorrieran mi mente una vez más.
-¿Qué coño te sucede? –le pregunté, más enfadado que preocupado, odiaba verlo mal.
-No es nada –me respondió débilmente, intentó pararse, pero no lo dejé – Déjame. –me dijo, pero no le hice caso, lo levanté en vilo, y comencé a caminar. – ¡Que haces! ¡Bájame!
Bill gritó, pataleó y me golpeó en el pecho un par de veces. Lo llevé hasta su habitación y abrí la puerta de una patada. Aún dentro de su habitación no lo bajé, me senté en la cama, con él en mis piernas, seguía gritando. Lo apreté contra mi pecho para acallarlo. Resultó.
-¿Te vas a callar? – le repuse, se encogió en mis brazos y asintió. Parecía temerme o algo parecido
-¿Me vas a dejar ya?
Apenas escuché su pregunta, sólo le quedaba un hilo de voz. Le solté un poco, y sentí que volvía a encogerse.
-¿Tienes frío? – coloqué mi mano en su frente: ardía. Entonces hice algo de lo que nunca en mi vida hubiera pensado hacer fuera de mis sueños. – Necesito que me hagas un favor.
-No creo poder hacer mucho en esta condición. –me dijo sarcástico. Le solté y dejé que cayera en la cama, me puse a horcajadas sobre él. – ¿Qué mierda haces? ¿Tom? ¡Tom!
Le escuché gritar mi nombre, pero ni eso ni las lágrimas que surcaban de sus ojos me hicieron detenerme. Me aproximé a sus labios, sin cerrar los ojos. Una vocecita en mi cabeza me gritó que me detuviera ¡Por Dios! me había resistido durante tantos años… y ahora… ahora no podía… no quería detenerme. Pero lo hice. Me paré con brusquedad y le dejé allí, tirado en la cama, le di la espalda, y entonces escuché sus sollozos. Me di la vuelta, pues, quería pararle. Puse mi mano en su hombro y él lo movió para darme a entender que no quería mi presencia en su alcoba. Pero no me rendí.
Lo tomé del brazo y, a pesar de sus esfuerzos por zafarse de mi agarre, logré que se diera la vuelta.
-Lo siento Bill –susurré en el pabellón de su oreja, miré sus ojos y como no pocas veces descubrí que estaban bañados en lágrimas.
-Déjame – le escuché susurrar entrecortadamente.
-No, Bill –le dije. – Voy a hacer algo que quiero hacer desde hace mucho tiempo.
-¿Qué? ¿Ahora vas a golpearme?
Una risa limpia salió de mis labios, pero se tornó amarga. Él pensaba que iba golpearlo enserio, me aproximé hacia su rostro y él lo bloqueó con sus brazos, los tomé y los puse uno a cada lado de su cara. Eh de admitir que nunca en mi vida, o tal vez si, me había fijado en lo adorable que se veía mi hermano menor con el cabello largo y negro ocultando parte de su terso y blanco rostro.
-No te voy a hacer daño. –le prometí, aunque sabía que no iba a cumplir eso.
Bill me abrazó con fuerza, ¡le había espantado! Quedé en el hueco de su cuello, escuchándole sollozar levemente. Odiaba escucharle llorar, me partía el alma. Me separé un poco de mi hermano menor y le susurré al oído una simple palabra: perdóname.
Le observé y descubrí que me contemplaba extrañado, entonces le besé. Le besé como en mi vida había besado a una persona –aunque era la primera vez que besaba a un chico- fue dulce, y se tornó salvaje, y fuerte.
Me separé de él, ahora era sorpresiva la mirada que tenía sobre mí, sonreí una vez más y comencé con lo que tantas noches había soñado. Volví a besar sus labios, esta vez un poco más fuerte, solté una de sus manos y enredé la mía propia entre sus cabellos. Capté algo que no me había dado cuenta en los besos que llevaba dándole a mi hermano, eso era que ni una sola vez se opuso a mis cariños.
Los besos se hicieron más desesperados a medida que los segundos transcurrían, ¡le deseaba tanto! Logré hacer que se sentara sin que tuviéramos que separarnos, al hacerlo me abrazó por el cuello, acercándome más a él, lo más que fuese posible.
Introduje mis manos dentro de su playera negra, paseando mis fríos dedos por su piel ardiente, había olvidado por completo la temperatura alta que poseía, sentí como gimió al sentir el frío contacto con su vientre, mis dedos subieron un poco más, gracias a los sonidos que producía adquirí memoria táctil de los lugares que le gustaban. Retiré mis manos de su pecho…
…poco antes de que protestara por perder mi tacto le estaba quitando la camiseta, que fue a parar a alguna parte del suelo. Le observé, ese debería ser el mismo pecho que veía cuando miraba el espejo, pero era diferente, diferente en todo sentido… no se parecía al mío y tampoco se parecía al que veía en mis sueños.
Escuché gemir a mi hermano menor en el momento en que, más obligado por mi cabeza que consciente de mis actos, comencé a besar su pecho. Escuché muy bajo la voz de Bill al hablar, sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Comenzaría a quejarse.
-Lo lamento –repliqué, pero ¡no era todo culpa mía! No era mi culpa que él fuese tan irresistible, ni que tampoco… – como tú no me paraste yo…
-No te paré, porque no quería que lo hicieras –me susurró al oído, como tenía la cabeza gacha no le había visto acercarse –y con el arrepentimiento tampoco sentí el colchón hundirse-
-Bill
Susurré, y el que comenzó a gemir fui yo.
Tomó en sus manos mi cabeza, la inclinó para dejarle mi cuello a su merced. Posó sus labios en él y juro que en mi vida gemí con tanto anhelo. Quería que volviera a besar mi cuello, quería ser todo de él, quería hacer todo para y con él.
Sentí que –torpemente- introducía sus manos en mi camiseta, me iba a aplicar la misma tortura que lo le había aplicado a él… sólo… que los papeles habían cambiado. No tenía la piel caliente por la fiebre –sino por otras razones- y estaba casi seguro de que él no tenía las manos extremadamente frías.
Y pasó algo que hizo… que todo gramo de esperanza se perdiera, se alejó de mí, y salió por la puerta. Sólo me quedé allí, sentado en la cama, con mis ojos abiertos de par en par, mis labios hinchados y mi corazón acelerado. Iba a pararme cuando tuve que soltar un escalofrío.
-No lo logré… -susurró Bill.
Ahora entendía su plan, pero le había salido un poco mal. Primero verificó la temperatura de mi pecho, luego puso un hielo bajo mi nuca, y lo dejó caer. Pero al pararse e irse había apagado el fuego que se apoderaba de mi piel, veríamos si podía prenderlo de nuevo.
Tomé a mi hermano de los bazos y tiré de él hasta que quedó sobre mí, sonreí al tenerlo arriba, ya que –por alguna extraña razón- siempre era al revés. Bill sonrió, y yo gemí al momento en el que pasó el hielo desde mi garganta hasta el principio de mi pantalón… y prácticamente grité cuando desabrochó el cierre y lo posó en el inicio de mi miembro.
Peleé un poco con él para quedar arriba una vez más, quedé casi sentado sobre su miembro sexual, pero los jeans no me lo permitieron. Me puse a gruñir tanto por no querer apurar a Bill que no me di cuenta de que sus largos dedos se paseaban por mi pecho, y me sentí desfallecer cuando dejó de usar las yemas y comenzó a usar sus largas y perfectas uñas.
Casi no sentí el frío que me invadió al quitarme la camiseta, aunque no era como la de él, que se apegaba a su cuerpo perfecto… sino que era todo lo contrario. Escuché la voz de Bill muy suavemente –de nuevo- y me causó una preciosa sensación de cariño al sentir la timidez en su voz.
-Tom… ¿puedes… quitarte la gorra? –me tartamudeó, con una timidez sobrenatural. Le hice caso, y le sonreí cuando la tiré por ahí – Y también… desatarte el cabello. –me pidió, no pude evitar que una sonrisa pícara se cruzara en mis labios, desaté mi cabello, que calló libremente hasta la mitad de mi espalda.
-¿Algo más? –le ofrecí, gustoso de complacer cualquier cosa que él quisiera.
-Por ahora no –rió nerviosamente. Hice una mueca ¿había llegado a pervertir a mi gemelo a tal punto de que hiciera ese tipo de chistes? Si lo había logrado, debía ser Dios. Porque nadie más pudo haber pervertido tan inocente mente.
Reí un poco, y me aproximé a sus labios. Se los arrebaté con un hambre feroz y una pasión enloquecida. Mis dedos volvieron a enredarse en su suave cabello negro, me incliné un poco más sobre él. De un modo que nuestras pieles se rozaron.
Nos separamos ante el contacto, como si hubiese sido fuego lo que tocó nuestra piel. Aunque, en parte, lo había sido. La sensación de quemarme contra su pecho fue tan gratificante que me incitó a volver a hacerlo. Me abalancé sobre Bill de una manera que lo dejó perplejo. Comencé a besar sus labios hasta que quedamos sin aliento, sin dejar de besarle descendí a su cuello. Pero –a pesar de los gemidos que emanaba su boca- los que más placer obtuvieron por ese contacto fueron mis labios.
No podía resistir más la desesperación que Bill me imponía, era tan frágil, tan perfecto, tan él… rocé nuestros miembros por encima de la tela de jean, le escuché gemir por sobre los jadeos. No resistí mucho más, posé mis manos sobre su pecho desnudo y las paseé de arriba abajo. Hasta llegar al cierre de sus pantalones.
Desabroché sin paciencia el botón y el cierre metálicos, y jalé de ellos. Cuando me di cuenta tenía a Bill debajo de mí: sonrojado, en boxers, jadeando y suplicándome con los ojos “hazme tuyo… ahora”. Y ante el silencioso pedido de mi hermano comencé enserio con lo que quería hacer.
Me levanté de mi gemelo para deshacerme de mis pantalones, y de nuevo quedé abajo. Bill esperó, observándome desde su posición y, al darse cuenta de la falta de mis anchos jeans, me tumbó bajo él. No pude zafarme, a veces olvidaba lo fuerte que era mi hermano.
Besó mis labios sin soltar ni un momento mis manos, bajó a mi cuello, paseando por mi garganta, y depositó un río de besos hasta mi vientre. Eh de admitir que a cada contacto que sus labios me otorgaban mi cuerpo entero se estremecía. Llegó hasta mi boxer… teóricamente lo arrancó de mi piel. Iba a torturarme de una manera que nunca había imaginado.
Al desaparecer la tela que oprimía esa parte de mi cuerpo, la erección -acumulada por las nuevas sensaciones- se libró. Bill sonrió traviesamente, grité lo más fuerte que mis pulmones me permitieron, a tal punto que pudieran llegar a pensar que estaban matándome. Mi gemelo había colocado sus dulces y perfectos labios alrededor de mi pene, mis ojos se habían abierto de par en par. Claro que no era la primera vez que me hacían una paja… pero si era la primera vez que sentía que él lo hacía. Comprar esa sensación con la de mis sueños era un insulto.
Bill soltó mis manos, para ayudarse con las suyas propias, sentí su mano fría y sus labios ardientes en mi miembro viril. Seguramente su otra mano estaba en el suyo, dándose placer a él mismo. Casi llego a correrme al sentir que apretaba tan fuertemente mi pene. Pero no logré resistirme cuando mordió suavemente esa parte tan placentera. Ahora era mi turno.
Me paré de la cama, logrando zafarme del agarre de Bill. Salí de la habitación durante unos cinco segundos y cuando volví vi a mi gemelo sentado en la cama, sólo con los boxers cubriendo su cuerpo. Al verme parado en el marco de la puerta la sangre desapareció de su rostro.
-¿Qué sucede, Bill? ¿Acaso te gusta aplicar tortura pero no que se te aplique? –le pregunté, estaba muy divertido viéndole pálido. Pero entonces volvió a mi el recuerdo de que se encontraba algo enfermo. -¿O estás aún enfermo? –esta vez la seriedad se pudo apreciar mejor en mi rostro.
-No me siento enfermo… sólo que… ¿para qué te trajiste una bolsa de hielo? –me preguntó, horrorizado. Si, él sabía lo que iba a hacerle.
-Tú me torturaste de una manera magnífica. -limpié una gota de semen que había quedado en su mejilla.
Me lancé sobre él y lo dejé tumbado, con los ojos abiertos de par en par. Ágilmente bajé su ropa interior, dejándola en algún lugar del piso. Tomé uno de los hielos, lo pasé por su rostro suavemente, dejando que se derritiera de a poco con su contacto, luego lo metí en su boca.
Paseé dos hielos por su pecho, uno de cada lado, logrando sacar gemidos placenteros de su boca –y además de que le bajé un poco la alta temperatura- llegué hasta su parte frágil, en otras palabras: la diversión comenzó.
Tomé dos hielos y los coloqué a cada lado de su intimidad, juro que nunca en mi vida escuché a Bill gritar tan fuerte mi nombre como aquella vez. Él sólo lo había hecho en la punta del mío… pero yo pasé los hielos hasta que se volvieron agua. Era momento.
Puse a Bill en cuatro y esta vez los hielos fueron a por su espalda. Los escalofríos que dio me hicieron reír, era tan inocente… lo abracé por atrás. Pude sentir el calor que emanaba su cuerpo y el agua proveniente de los hielos derretidos. En ese abrazo le estaba transmitiendo valor a Bill.
Volvió a quedar en cuatro, sin esperar mucho, lo penetré. El grito producido por ambos fue colosal, me quedé quieto un momento, esperando que sus tejidos se acostumbraran al nuevo intruso. Pasados unos minutos escuché la súplica de que me moviera. Y así lo hice.
Tomé las caderas de mi hermano menor y fui lentamente, adelante atrás, adelante atrás. Poco tiempo duró ir lento, lancé un gruñido y las embestidas se volvieron más fuertes, más rudas, más placenteras.
Las caderas de Bill se movían rítmicamente con los sonidos de jadeos y gemidos que emitíamos los dos, entonces le escuché hablar:
-No te corras antes que yo por favor – fue lo único que logré entender entre tantos jadeos. Y así lo hice, aguanté todo lo que pude para no correrme antes que mi gemelo.
Juntos llegamos al clímax del sexo, y caímos en la cama, aún sin separarnos. Abracé a mi nuevo amante y, mientras jugueteaba un poco con su cabello, le susurré dulces palabras al oído. Bill se movió entre mis brazos, hasta quedar con nuestras caras casi pegadas.
-Yo también quiero.
-¿Qué cosa?
-Estar dentro de ti –susurró contra mis labios
-Soy todo tuyo –le contesté, antes de volver a robar sus labios
Esta vez me dejé llevar por Bill, hizo que me parara y se colocó delante de mí. Me tomó por la cintura y me sostuvo unos minutos, mientras nuestros miembros se rozaban entre si. Solté uno que otro gemido cuando volvió a usar sus uñas para recorrer mi pecho.
Mi gemelo se puso detrás de mí, posó sus manos en mi pecho y susurró unas palabras que no comprendí. Un gemido salió de mi garganta cuando, sin aviso previo, Bill introdujo su pene en mi interior, ¡dios! ¡con que así se sentía! Era… ¡fantástico! Imitó mis movimientos, y esperó a que me acostumbrara a él.
Comenzó a moverse dentro de mí velozmente, sin dejarme tiempo a respirar, entre jadeos y gemidos mis pulmones no recibían oxígeno, otra vez Bill habló, pero por la excitación no lo escuché.
Otra vez llegamos juntos al éxtasis, sincronizadamente. Caímos al suelo y poco después escuchamos la puerta, nos miramos y corrimos a la cama, ocultando la ropa en el trayecto. Al ser hermanos no verían demasiado raro que durmiéramos juntos, más si sabían que Bill no se encontraba del todo bien.
Esa noche dormí con una sonrisa en mis labios, y con Bill Kaulitz entre mis brazos. ¡Amaba a mi propio hermano! ¡Y me importaba una mierda que fuera un pecado! Nunca había creído en dios, y si sus reglas decían algo en contra de nuestro amor, aún menos.
A la mañana siguiente nos levantamos juntos, algo raro en sí. No dábamos indicios de haber hecho cosas interesantes la noche anterior hasta que salió un pequeño asunto
-¿Alguien sabe porque ya no hay hielo? –preguntó Gustav
Bill y yo nos miramos, tras segundos comenzamos a reír con ganas. Dejando a nuestros amigos sin entender el chiste privado que había cruzado por nuestras mentes. Le sonreí pícaramente a mi gemelo, esa noche volvería a ser mío, y yo volvería a ser de él.
F I N
Recuerden que este One-Shot ha sido rescatado, por tanto, los invito a dejar su amor en los comentarios.