Leyenda Urbana: El Origen
El día 31 de octubre se prestaba para innumerables tonterías, desde comer dulces en exceso, hasta emborracharse de pies a cabeza en las fiestas con la excusa de celebrar “Halloween”. Y no sólo los populares tenían estas reuniones, también los chicos “freaks”.
Esta leyenda comenzó en una de esas fiestas. Los estudiantes destacados o “nerds”, se hallaban en el sótano de una vieja casona, propiedad del padre de uno de ellos. Los jóvenes habían bebido suficiente y en torno a unas velas, comenzaron a relatar cuentos de terror, también conocidos como “leyendas urbanas”. A medida que las historias avanzaban, todos los presentes daban saltitos presa del miedo o del nerviosismo que aquellos relatos les provocaban. Todos, excepto uno.
—A – BU – RRI – DO —comentó un guapo pelinegro, dando un sonoro bostezo.
—¿Eh? —preguntó un rubio de gafas, quien en esos momentos contaba su historia y se vio interrumpido por el chico de maquillaje.
—Digo que todas estas “leyendas” —vocalizó lentamente la última palabra—, son tonterías, cuentos para asustar a los niños que se han portado mal.
—¿Acaso sabes una mejor, Bill? —indagó Gustav, ajustándose los anteojos, con el ceño fruncido.
—No, pero apuesto a que podría inventar una buena historia —respondió el delgado joven, levantándose del piso.
—¿Podrás hacerlo de aquí a una semana? —Le desafió el rubio.
—Claro —El moreno estiró la mano, para sellar el trato, pero una voz chillona lo detuvo.
—¡Bill! —Una chica pelirroja y llena de pecas lo miró preocupada—. Siempre que se habla de leyendas urbanas, alguien muere.
—Son sólo cuentos de fantasmas, Jeanette —El chico le guiñó un ojo—. ¿Qué podría pasar por escribir un cuento de terror?
Bill y Gustav apretaron sus manos y la fiesta se dio por terminada.
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El pelinegro se encogió más en su abrigo, mientras caminaba de regreso a casa. Al llegar a su puerta, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Giró el rostro, temeroso de ver a alguien detrás de él, pero no había nadie. Movió negativamente la cabeza y sonrió.
«Me estoy volviendo paranoico» Pensó, entrando del todo y cerrando la puerta.
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Bill podía ver las hojas impresas de su historia, las uñas pintadas de sus manos sosteniendo firmemente el documento que relataba su cuento. Y claramente el título, con caracteres negros “LEYENDA URBANA”
Abrió los ojos de golpe, había sido un sueño, quizás una pesadilla. No podía recordar nada, salvo su cuento terminado y el título del mismo. Pero había algo que sí estaba vívido en su pecho: el temor, la sensación de angustia y pánico que sintió al ver las letras del título.
Sacudió la cabeza y miró el reloj de su celular, aún faltaba mucho para que sonara su alarma, pero decidió que lo mejor era tomar una ducha.
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El día de los muertos era festivo, pero Bill no quería volver a pegar los ojos para descansar. Cada vez que el sueño lo invadía, cogía una taza de café y prácticamente la tragaba. No quería volver a recordar la pesadilla tan extraña que lo había despertado aquella mañana.
Pero las horas transcurrieron de prisa y la oscuridad nuevamente había invadido el cielo de la ciudad. Bill debía dormir, porque no podría faltar a las clases de día siguiente, renuente y un poco temeroso, se metió bajo las cobijas.
El sueño perturbador se repitió. Las páginas impresas, llenas de letras y frases contando su historia, su propia “leyenda urbana” se reiteró una y otra vez, durante toda la noche. Bill abrió los ojos, llenos de lágrimas de pánico. Se llevó las manos al pecho, por el dolor que sentía con su corazón bombeando a una velocidad inhumana. Miró a un costado, notando la claridad que traspasaba las cortinas y se levantó.
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Muy a pesar de los estudiantes, el festivo era sólo un día, y el 2 de noviembre, todos debían volver a clases. Gustav divisó a Bill en la entrada de la escuela y se rió de él.
—¡Luces como mierda! —El pelinegro le dio una mirada reprobatoria y continuó su camino—. Mira esas ojeras. ¿Qué demonios te pasó, Bill? ¿Te has desvelado escribiendo la leyenda urbana? —El aludido se detuvo, sin verle—. Mira Bill, si no puedes dormir por una tonta historia de terror, mejor lo olvidas. Si sientes que no eres capaz…
—¡Soy capaz! —Gruñó el pelinegro y siguió su camino, molesto con su amigo.
—No seas infantil, Bill —alegó el rubio, caminando a su lado, justo cuando el moreno se estrellaba de frente con uno de los chicos populares.
—Lo siento —murmuró Bill, avergonzado.
—Cuida por dónde vas… “rarito” —Le advirtió el joven de piel bronceada, dándole una mirada despectiva y chocando sus hombros a propósito, para apartar al pelinegro.
Lo que Bill no percibió, fue que el chico de trenzas, había golpeado su hombro, para acercarse lo suficiente y poner un trozo de papel en su bolsillo.
Después de ese momento humillante, el joven maquillado emprendió su camino al laboratorio de Química, tratando de evitar los constantes comentarios sarcásticos de Gustav sobre las bolsas bajo sus ojos, por su supuesto fracaso al crear una leyenda urbana.
Pensando que el día no podía ponerse peor, se puso su bata blanca de trabajo y cogió sus materiales para comenzar sus experimentos. Pero por un error de cálculo, su solución se tornó peligrosamente oscura y de pronto, todo se llenó de humo. El profesor creyó que lo había hecho apropósito y lo corrió de la sala.
Cabizbajo, el pelinegro caminó por los helados corredores de la escuela. Buscando un poco de calor, metió las manos en los bolsillos y sacó un pequeño trozo de papel con una inscripción en él.
“Ven solo a la puerta oeste a las 12:15”
Bill miró su reloj de muñeca, aún quedaban diez minutos y pensó que tal vez alguno de sus amigos había puesto la nota allí mientras estaba en Química, así que sin dudarlo se dirigió hasta al lugar. Al acercarse a la puerta, entrecerró los ojos para divisar mejor al chico que estaba apoyado en la pared. Era Tom Knight, el mismo joven popular que lo había empujado en la mañana. Con miedo de que todo fuera una broma, dio un paso atrás para retirarse en silencio, pero un perro, salido de la nada comenzó a ladrar, alertando al chico de trenzas.
—¡Bill, ven acá! —Gritó Tom, pero al oír lo imperioso del grito, Bill salió huyendo—. ¡Espera!
El trenzado corrió tras el más delgado, murmurando un “¡Mierda!”, hasta que lo acorraló en una esquina.
—¡¿Qué demonios?!
—¡No quiero acabar en un contenedor de basura! —Gritó el pelinegro, con ojos asustados.
—¡Hey! —Gruñó—. Yo no hago esa clase de cosas.
—¿Y para qué querías verme? —cuestionó en forma brusca.
—Es por la apuesta.
—¿De qué apuesta hablas? —El pelinegro no entendía las palabras del otro chico.
—Hablo de la leyenda urbana, Bill. Debes dejarla.
—¿Eh? —Eso descolocó aún más al moreno.
—Te estás metiendo en un terreno peligroso, Bill. Déjala. Abandona ese trato.
El timbre de la escuela sonó y cientos de estudiantes comenzaron a aparecer. Tom se mezcló entre ellos y desapareció.
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Más confundido que nunca, Bill regresó a casa, después del peor día de su vida y tras una ducha cálida, se metió en la cama.
Las imágenes de su obra aparecieron en sus retinas, una y otra vez. La leyenda estaba terminada y era terrible, tanto que apenas fuera publicada… cosas inimaginables sucederían.
—¡Nooo! —Gritó el pelinegro lleno de pavor.
Su corazón latía a mil y la sensación de pánico estaba tan presente en su cuerpo, que apenas podía respirar. Las nauseas llegaron hasta su garganta y corrió al baño a devolver todo lo que tenía.
—La leyenda está terminada… —susurró, sin entender sus propias palabras.
Se miró al espejo y dio un paso atrás. Su rostro se veía cadavéricamente pálido, haciendo todavía más visibles las ojeras oscuras bajo sus ojos. Se apresuró a coger su estuche de maquillaje, le tomaría mucho tiempo cubrir su aspecto fantasmal.
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Apenas pisó la entrada de la escuela, Gustav salió a su encuentro riéndose abierta y estrepitosamente de su amigo y de lo inútil de sus intentos de crear una buena historia.
—A este paso, serás la primera víctima de tu leyenda urbana, Bill —Bromeó el rubio, sin ver al joven trenzado que se apresuraba hasta ellos.
Tom fue directamente hasta los “freaks” y, sin pensarlo dos veces, les dio un empujón a ambos.
—Te advertí que tuvieras cuidado… “rarito”
Bill le miró con los ojos desorbitados, hasta que desapareció por una esquina.
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En su siguiente clase, Bill no pudo resistir el cansancio y se durmió. Las palabras sueltas “muerte”, “miedo”, “comienzo”, bailaban sobre las hojas impresas que volaban en el cuarto del pelinegro, hasta que gritó.
—¡Nooo!
—¡Salga de aquí, Thompson! —Ordenó el profesor, totalmente molesto por la súbita interrupción del moreno.
Con rapidez, Bill cogió sus cosas y caminó a toda prisa por el corredor que lo llevaba hasta la entrada de la escuela. Tenía que salir de ahí. Debía huir de esa sensación de aprensión que lo embargaba.
Pero al cruzar la puerta, una mano firme cogió su brazo y lo arrastró hacia el parking de la escuela. Bill miró el perfil de Tom, quien lo llevaba casi arrastrando hasta su auto, y ya fuera por el miedo o por la sorpresa, simplemente, se dejó hacer.
El chico de trenzas encendió el carro y se dirigió al departamento de Bill, obligándole a abrir la puerta. Una vez dentro, fue a los cajones, sacándolos uno a uno, vaciando sus contenidos.
—¡¿Dónde lo tienes?! —Gritó al chico delgado, que aún estaba en la entrada, mirando con desconcierto como ese hombre, desordenaba su vivienda.
—¿Qué cosa?
—¡La leyenda urbana!
Bill se quedó como piedra. ¿Cómo era posible que Tom supiera algo de la leyenda? ¿Cómo sabía que estaba lista? ¿Por qué pensaba que estaba allí?
—Si esa historia sale a la luz, Bill, abrirás un portal que ya nadie podrá cerrar —advirtió el trenzado, al ver al chico estupefacto cerca de la puerta—. Desatarás su poder, como ha pasado con todas las leyendas urbanas del pasado.
Bill sacudió la cabeza, no entendía por qué le estaba ocurriendo eso, no comprendía por qué Tom creía que él lo estaba haciendo a propósito, ya no quería seguir oyendo nada de cuentos de terror. Se cubrió los oídos con las manos.
—¡Ya detente! —Gritó y cayó de rodillas al suelo, al borde de las lágrimas.
—¿Dónde está, Bill? Dímelo.
—No lo sé. No sé dónde está. Sólo sé que me da mucho miedo.
—¿Qué te asusta, Bill? Cuéntame. Quizás pueda ayudarte.
—Algo está sucediendo. Desde el día de Halloween. Todo comenzó ese día cuando hicimos un trato. Yo dije que crearía una Leyenda urbana, que en verdad diera mucho miedo y cada noche aparece en mis sueños.
—Existe una teoría Bill, que dice que cuando crees en algo, eso se vuelve real. Si esta historia de terror llega a ser leída por suficientes personas, tomará el poder de ellas, hasta convertirse en un ente vivo, que hará exactamente lo que tú más temes y por quién más temes —explicó el trenzado a un aterrorizado pelinegro—. Estas leyendas urbanas son portales, Bill, capaces de traer a seres del plano infinito, al plano material.
—Dios mío. Pero eso es… imposible.
—Si crees en ella… estás muerto.
Bill entró en pánico y comenzó a hiperventilar, sus pulmones no dejaban que el preciado oxigeno hiciera su recorrido normal y colapsó, cayendo por unos segundos en la inconsciencia de un desmayo.
Cuando por fin volvió en sí. Tom cargó al pelinegro hasta el sofá, y trató de relajarlo. Y cuando vio que el chico, respiraba con normalidad, le interrogó.
—¿De qué trata?
Las cejas del menor se unieron en su frente y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No lo sé.
—¿Eh?
—No la he leído. Sólo sé que es monstruosa.
—Debemos irnos de aquí.
Tom fue al cuarto del chico y cogió algo de ropa en un bolso.
—Iremos a mi casa. Allí no estaremos solos.
—¿Crees qué…?
—Ya ha comenzado —afirmó el trenzado, al notar el terror del pelinegro. Su miedo, ya le había dado vida a ese ser.
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Al llegar a su piso, Tom explicó a su compañero Georg, que Bill estaba un poco enfermo y que se quedaría allí por la noche. El castaño no puso reparos y regresó a sus estudios.
Tom se acomodó en un rincón de su cuarto, cubriéndose con una gruesa colcha, mientras que Bill ocuparía su cama. Se sentó para poder observar al pelinegro y despertarlo, si algo malo ocurría. Pero el cansancio pudo con él y lentamente cerró los ojos.
Bill se movía y quejaba dentro del sueño, hasta que un hórrido grito lo despertó. Abrió los ojos de golpe al reconocer que aquella voz no era la suya. Un nuevo alarido le obligó a sentarse rígidamente en la cama.
—¡Ha comenzado! —dijo al borde de la histeria.
Vio la forma dormida del trenzado y corrió a su lado, quitando la colcha que lo cubría, sólo para soltar un chillido de pavor.
—¡Oh Dios mío, Tom! —Lo movió frenéticamente pero era inútil, su cuerpo inerte, ya estaba frío.
Salió del cuarto, hasta la sala, donde su amigo Gustav lo esperaba. El chico sonrió y se quitó las gafas, mostrando un rojo antinatural en sus pupilas.
—Lo hiciste, Bill. Lo has hecho muy bien —Sonrió maquiavélicamente—. Tu leyenda urbana, ha cobrado vida… —Gustav caminó lenta y amenazantemente hacia el pelinegro—. Esto es sólo el comienzo.
& FIN &
Chan, chan, chan… Bueno, esto no fue inspirado en una leyenda urbana en particular, sino en la explicación científica que dice que cuando le das la suficiente atención a algo, un pensamiento o un temor (como en este caso), le das poder. Espero les haya gustado y se animen a leer las otras leyendas.