Black Eyes

«Black Eyes»

Los gemelos Miller estaban felices de poder escapar un poco de la rutina y del calor, y pasar un fin de semana en la cabaña de un amigo, en las montañas. Habían empacado suficiente para un mes, gracias al estilo de diva del menor de los Miller.

Creo que ya es todo —anunció Bill, limpiando el sudor invisible de su frente.

¿Estás seguro? —Preguntó Tom—. Porque todavía nos queda espacio para meter el resto de la casa en el maletero —agregó con ironía, ganándose un manotazo del cantante.

Nah, ya vamos —dijo Bill, sacando el celular de su bolsillo—. Es hora de pasar por los G’s.

Hablé con Georg hace una hora —comentó Tom, cerrando la puerta del maletero—, optaron por comer algo, porque sabían que te tardarías siglos en estar listo.

Mierda —gruñó el menor—. ¿En serio soy tan predecible?

Por supuesto, hermanito. Los G’s te conocen casi tan bien como yo. —Sonrió y puso una mano en el hombro del otro, invitándolo a subir al coche—. Ellos saben lo nena que eres para los paseos.

Ah, por favor… —dijo Bill con los dientes apretados—, di diva, o fashionista, pero no te refieras a mí como “nena” —se quejó el chico.

Está bien, lo siento. —Tom cerró la puerta del conductor y alzó las manos, rindiéndose. No había caso en poner a Bill de malas sin haber empezado todavía el paseo.

¿Entonces, qué hacemos? —Preguntó el rubio cuando salieron del vecindario—. ¿Nos reunimos con los G’s o vamos directo a la dirección?

Como si los hubiera invocado, el celular del barbudo sonó y sonrió—. Debe ser mi compadre —dijo entregando su teléfono a Bill—. Ve qué quiere.

El menor abrió la aplicación del WhatsApp y leyó en voz alta—. Gustav se tragó todo el restaurant en menos de una hora, así que ya estamos en camino. Los esperaremos en el cruce de caminos en el último pueblo antes de llegar a la cabaña. Love, Geo.

Tom soltó unas risitas—. ¿Lo ves?

¿Love, Geo? —Preguntó irónicamente el cantante.

Tom lo miró y alzó ambas cejas, sin apartar la sonrisa, sabía cuánto le molestaba a Bill que jugaran con su sexualidad poniendo #TORG o #TOLL en cualquier post que hicieran, así que para molestarlo todavía más, Geo y hasta Gustav, terminaban los mensajes con “Love” o expresiones así.

Eres un idiota, Tom Miller —gruñó el rubio, pero también sonrió, no podía resistirse a los ojos achinados que mostraba su vagabundo favorito cada vez que sonreía.

Continuaron el viaje sin ningún inconveniente, Bill cantaba junto a la emisora local y Tom bromeaba de vez en cuando con alguna nota que se escapaba del registro del cantante.

Cuando Tom tomó una desviación para cargar combustible por última vez, Bill bajó del coche y miró todo alrededor. Estaba oscureciendo y hacía frío, pero estaba feliz de tomar un descanso.

¿Crees que el chico de Adventures nos preste la cabaña el próximo mes? —Preguntó Bill, sacando una bolsa de caramelos del coche.

Se llama Ander, Bill, deja de decirle “chico de Adventures” o no volverá a prestarte la cabaña —lo regañó Tom, marcando botones en el aparato del combustible—. En todo caso, ¿por qué quieres su cabaña, podríamos arrendar algo?

Lo sé, lo sé, pero así pasamos de incógnito —respondió el chico, sacando sus lentes de sol, para ponerlos sobre sus ojos, arrugando el ceño pues no veía absolutamente nada con el día llegando a su fin.

Tom soltó unas risitas al ver como el menor volvía a quitarse los lentes—. Ya no somos tan famosos, Bill. Asúmelo.

No digas estupideces, Tom, somos famosos y ya.

Como digas, Bill —respondió Tom, sacando la manguera y cerrando el estanque—. Estamos listos.

Vámonos —mandó el rubio y volvió a entrar al auto.

Bill continuó cantando hasta que la estación de radio emitió unos ruidos extraños, no era la estática común de cuando se pierde frecuencia.

Será mejor que lo apague —dijo Tom, cuando el ruido se intensificó y Bill arrugó el ceño, cabreado.

No pasaron ni cinco minutos de viaje cuando las luces del vehículo comenzaron a parpadear. Bill se removió en su asiento y estiró una mano, aferrándose a la chaqueta del mayor.

¿Tom, qué pasa?

No lo sé.

El mayor decidió aparcar y revisar los aparatos. Todo parecía funcionar, pero si las luces parpadeaban no sería seguro continuar el viaje. Prefirió llamar a los G’s y preguntar si estaban lejos de ellos, increíblemente, los Miller los habían sobrepasado en algún punto del camino y en pocos minutos, los G’s llegarían a su posición.

Hace frío —mencionó Bill, frotando sus manos para prodigarles calor.

Espera. —Tom reguló la calefacción y esperaron, mirando hacia afuera, viendo el parpadear de las luces.

¿Qué crees que haya pasado? —Preguntó el menor, sacando más golosinas de la guantera.

No estoy seguro. Debe ser una falla en el sistema eléctrico, aunque es extraño, porque todo el sistema colapsaría, no sólo las luces. Al menos tenemos calefacción, sería terrible estar aquí congelándose, ¿no? —Bill asintió, masticando sus gomitas.

De pronto un golpeteo en la ventana los hizo saltar. Estaban prácticamente en medio de la nada, sin embargo, había alguien afuera, tocando a su ventana.

Oh, por Dios. ¡No abras! —Siseó Bill, aferrándose al brazo del barbudo—. Puede ser un psicópata.

O un policía —respondió el mayor. Pero Bill apretó el ceño y lo miró feo, retándolo con la mirada—. Está bien, no abriré.

Tom limpió un poco el vidrio de la ventana de su costado y miró hacia afuera, donde dos figuras pequeñas lo observaban.

¿Quién es? —Preguntó alzando la voz.

¿Puede ayudarnos, señor? —Contestó una voz infantil.

¡Son niños! —Exclamó Tom y estuvo a punto de abrir la puerta, cuando la mano de Bill se aferró más fuerte a su brazo, de no ser por su chaqueta, Bill habría enterrado sus uñas ahí—. ¿Qué haces?

No abras —pidió el rubio, apenas en un susurro.

Señor, estamos perdidos —dijo la voz de uno de los niños desde fuera.

Los gemelos trataron de ver a los niños, pero por la oscuridad y el vaho del cristal, era difícil tener una idea clara de la apariencia de los niños, pero por la estatura y la voz, calcularon que debían tener entre ocho y diez años.

Tom sintió que Bill temblaba, giró en su asiento y tomó la mano que se aferraba a su brazo. La palma sudaba, cosa que desconcertó al mayor—. ¿Bill, estás bien?

El rubio negó con la cabeza—. No abras —susurró.

Señor, ¿podría dejarnos entrar y llevarnos al pueblo?

No respondas —pidió el menor de los gemelos.

¿Podría dejarnos entrar para que llamemos a nuestros padres?

Tom sacó su celular, pero inexplicablemente no tenía batería, estaba muerto—. Lo siento, mi teléfono está muerto. No podemos llamar a sus padres.

¿Por favor, déjenos entrar? No le haremos nada.

Bill negó con la cabeza, su frente se hallaba cubierta de sudor y Tom arrugó el ceño, preocupado y confundido por la reacción de su hermano.

De pronto una luz los iluminó desde atrás, seguido del sonido de la bocina de otro coche. Tom miró por el retrovisor y vio como un hombre bajaba de su auto y se dirigía hacia ellos.

¿Están bien? —Preguntó el hombre. Tenía rostro amable y les ofreció una sonrisa.

Las luces de mi auto comenzaron a fallar —respondió Tom y, de inmediato, bajó la ventana para ver al hombre, pero se sorprendió de no ver ni rastro de los niños que tan sólo segundos atrás, estaban pidiendo ayuda.

¿Sucede algo? —Preguntó el hombre, girando y mirando hacia atrás, como buscando lo que Tom miraba.

Es extraño… —susurró el barbudo—. Me pareció ver niños…

El hombre pareció comprender y arrugó el ceño—. Los Bek…

¿Qué?

Son historias que se cuentan por aquí —respondió el hombre—, sobre unos niños de ojos completamente negros que te piden entrar, ya sea a tu coche o a tu casa, a cualquier lugar que sea tuyo. Les llaman los Bek.

¿Son malignos? —Preguntó Bill, asomándose junto a Tom.

Él es mi hermano —dijo Tom, señalando a Bill.

Lo son —contestó el hombre. Pase lo que pase, no crean sus palabras. Nunca los dejen entrar…

¿Por qué?

El sonido de otro coche estacionándose junto a ellos, los sacó a todos de la conversación.

Sabía que no podrías llegar ni a la puerta de tu casa —bromeó Gustav, bajándose del coche—. Buenas noches. —Saludó al hombre parado junto a la ventana de Tom—. ¿Todo bien?

Pasé a preguntar lo mismo —dijo el hombre, con una sonrisa—. ¿Son amigos?

Sí —respondió Tom, bajando también del coche.

Entonces, están en buenas manos. —Asintió con la cabeza y se retiró a su propio vehículo.

¿Qué demonios te pasó, Tom? —Preguntó Georg, dado una palmada en el hombro de su amigo.

Las luces —contestó el barbudo, pero al girar, las luces de su auto alumbraban a toda potencia, ya no parpadeaban—. Extraño… —susurró.

Sólo te perdiste, idiota —bromeó Gustav, caminando de regreso a su coche—. Síguenos, ya queda muy poco para llegar.

Tom volvió a entrar y encendió el motor. Siguió a Gustav en silencio.

Bill permanecía con la vista fija en la carretera, estaba asustado y con razón. Nunca vieron los ojos de los niños, pero saber que estaban solos en medio de la noche, pidiendo entrar al auto, era espeluznante.

Cuando por fin llegaron a la cabaña, las risas de los G’s relajaron el ambiente, pero Bill continuaba con la tensión en los hombros. Pensó que tomar con sus amigos, sería lo mejor para olvidar el pánico que sintió al estar cerca de esos “niños” en el camino, así que llenó su vaso de vodka y lo bebió de un solo trago, arrugando el ceño cuando el ardor recorrió su garganta.

¡Así se hace, Bibi! —Lo animó Tom, llenando nuevamente su vaso.

Georg llegó junto a los Miller, llevando una fuente llena de palomitas de maíz recién sacadas del microondas. Se dejó caer en el sofá junto a Bill y pasó un brazo por sus hombros y sonrió.

¿Qué te tenía tan asustado, pequeño Bibi? —Preguntó, sacudiendo un poco al cantante.

No lo molestes, Geo, déjalo beber tranquilo —comentó Tom, llenando un vaso a su amigo castaño, quien le dio un solo trago hasta dejarlo vacío.

Dios, esto está bueno —dijo, apretando los ojos cuando el licor escoció su garganta.

Bill sintió un escalofrío recorrer su espalda y sin querer, se estremeció, casi hasta el punto de temblar. La sensación de pánico de hace un rato volvió con mayor fuerza a su sistema. Abrió grandemente los ojos y miró en todas direcciones.

Tom pareció darse cuenta del cambio en su hermano y arrugó el ceño—. ¿Bill?

¿Dónde está Gustav? —Preguntó el rubio, levantándose de golpe del sillón.

Georg arrugó el ceño y se levantó para calmar a su amigo—. Está afuera, terminando de entrar tus maletas, señor fashionista —respondió.

Voy por él —dijo, pero no alcanzó a salir de la sala, porque Tom lo sujetó del brazo.

¿Qué te pasa, Bill?

Creo que ellos han vuelto —dijo casi en un susurro.

Tom arrugó el ceño y lo soltó—. ¿Cómo lo sabes?

Bill se tensó y apretó el ceño—. No lo sé… tengo miedo… mucho miedo…

Escucharon la voz de Gustav hablando con alguien más y giraron el rostro hasta la puerta, donde el rubio daba un paso hacia un costado, dejando entrar a dos “niños”.

Oh, Dios mío —susurró el rubio, cubriéndose la boca con ambas manos.

Miren quién estaba perdido en medio de la noche —dijo Gustav con una sonrisa.

Georg llegó hasta ellos y se ubicó junto a los gemelos, mirando atentamente a la pareja de niños que estaba junto a su mejor amigo. Había algo extraño en ellos, estaban muy ligeramente vestidos, pese al frío que hacía en ese lugar, porque prácticamente estaban en las montañas y aunque no era temporada invernal, se notaba el cambio de temperatura en relación a la ciudad. Pero eso no era todo, los niños miraban al piso, no habían dejado de ver el piso desde que entraron en la cabaña.

¿Están bien, niños? —Preguntó el castaño—. ¿Están heridos?

Los niños comenzaron a reír, melodiosamente al principio, pero histéricamente después.

Bill comenzó a temblar incontrolablemente—. No tenías que dejarlos entrar —dijo en un susurro.

Tom giró y sujetó a su hermano que estaba a punto de caer de rodillas—. ¡Bill!

¡No tenías que dejarlos entrar!

¿Qué? —Preguntó Gustav, empujando con el pie la puerta para cerrarla.

Fue entonces que los niños alzaron la cara, mirando a los jóvenes con los ojos completamente negros, sin rastro del blanco del ojo, como si tuvieran solamente una pupila ennegrecida y extendida.

La sola impresión dejó a Gustav helado, las maletas que cargaba cayeron de sus brazos y abrió la boca, pero nada salió de ella.

Sus ojos —dijo Georg apuntando un dedo hacia los niños.

¡No tenías que dejarlos entrar! —Gritó Bill.

Las luces de la cabaña se apagaron y el viento azotó con fuerzas, impidiendo escuchar lo que ocurría en el interior.

& FIN &

¿Murieron? ¿Los convirtieron en demonios? Quién sabe. Hay muchos relatos de encuentros con los niños Bek, pero nadie ha contado qué ha pasado cuando alguien los ha dejado entrar, por tanto no lo sabemos… queda a su imaginación…

Si tienen alguna teoría, o algún dato concreto, no duden en dejarlo en un comentario y yo podría hacer una continuación de esta historia. Pero por el momento queda hasta aquí. Espero que les haya gustado. No se vayan sin comentar.

Escritora del fandom

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