Neighbours from Hell

«Neighbours from Hell»

Los gemelos Kaulitz habían vivido toda su niñez en la casa de campo de la abuela, allí disfrutaban de todo lo que la naturaleza les brindaba; nadaban en el lago, durante los meses de verano; comían frutas silvestres, de los árboles que ellos mismos ayudaban a cuidar; jugaban con los animales que criaba la abuela; en fin, todo lo que los niños desean para ser felices.

Estudiaron en la escuela primaria del pueblo y, aunque no tenían notas excelentes, eran capaces de aprender lo necesario para avanzar los cursos correspondientes. Sin embargo, Jorg, su padre, no estaba conforme con ello; él quería que sus hijos tuvieran otras opciones de vida, que no tuvieran que partirse el lomo labrando la tierra, para poder tener alimentos. Él quería enviar a sus hijos a la ciudad.

Y fue así, con mucho esfuerzo, que la familia Kaulitz compró una casa pequeña para que los gemelos vivieran en Berlín y terminaran sus estudios.

Bill y Tom con 17 años, estaban asombrados de lo que sería su nuevo hogar. Nunca antes habían visto tanto cemento alrededor. Las calles estaban pavimentadas, los edificios eran de cemento, así como también los enormes letreros de anuncios comerciales. Pero lo que sin duda más les perturbó, fue el ruido. Los vehículos tocaban las bocinas, las patrullas policiales, sonaban sus sirenas y los vecinos…

¡Aish! —Gruñó el pelinegro por centésima vez—. ¡Esos putos vecinos tienen la música a todo volumen, otra vez!

Era viernes por la noche y como cada fin de semana, los jóvenes que habitaban la casa contigua a la de los Kaulitz, tenían fiesta. Tom estaba metido en la cama, con tapones de algodón en los oídos, tratando de conciliar el sueño. Mientras que el menor, estaba de pie al lado de la ventana mirando como varios adolescentes bebían cervezas y hablaban a gritos, por el elevado volumen de la música.

Sólo intenta dormir, Bill —Sugirió su hermano, pero al igual que el menor, estaba cansado de ese constante bullicio.

El sábado siguiente, también hubo fiesta. Pero el día lunes, cuando los gemelos regresaban de clases, se alegraron al ver un camión de mudanzas frente a la casa de sus vecinos.

Bill tironeó la manga del rastudo y con una sonrisa le dijo—. Se van…

Casi corrieron para entrar a su propia casa y espiar por la ventana, como sus aborrecibles vecinos se alejaban de su residencia.

Por fin, Tomi.

Volveremos a tener paz. 

Sí, paz otra vez —Agitó su mano por la ventana y agregó—. Adiós vecinos del infierno.

Con una sonrisa, los chicos se pusieron a hacer sus tareas.

&

La casa de al lado, estuvo desocupada por dos semanas completas y los Kaulitz habían descansado de las molestias que ocasionaban los vecinos, habían hablado con sus padres y les contaron que estaban felices en su nuevo hogar.

Sin embargo, cuando regresaron de la escuela un jueves por la tarde, se sorprendieron de ver un enorme camión de mudanzas frente a la casa de sus vecinos. Tom señaló a dos jóvenes que parecían tener su edad y ambos Kaulitz, arrugaron el ceño.

Sólo espero que no tengamos los mismos problemas que con los últimos vecinos.

Dales una oportunidad, Bill —Pidió el rastudo, alejando a su hermano de la ventana.

Es cierto, no podemos juzgar un monje por su sotana —respondió el pelinegro y volvió con su hermano a ver la televisión.

&

La noche siguiente, Bill fue despertado abruptamente por un grito. Abrió los ojos grandemente y miró la cama de su hermano, quien también se había sentado de golpe.

¿Qué fue eso? —preguntó asustado el menor. Se oyó un ruido de disparos y ambos gemelos saltaron de sus camas al suelo.

Vamos a ver —Tom cogió un bate de baseball, firmemente en sus manos y caminó hasta la fuente del sonido, la puerta de al lado—. La ventana —susurró y ambos se asomaron para mirar.

Pudieron ver claramente, que sus nuevos vecinos tenían las luces prendidas y jugaban con un playstation, con el volumen a toda capacidad, el ruido hacía estremecer los cristales y las ollas que colgaban del mueble.

Tom apretó más sus manos en la madera del bate, mientras que Bill apretaba los dientes, tensando su mandíbula. Ambos se miraron con determinación, sus ojos mostraban todo el odio posible contra sus nuevos vecinos.

Hay que hacer algo.

Exacto.

Al día siguiente, por la tarde, el mismo camión de mudanzas se estacionaba nuevamente junto a la casa de los Kaulitz, los gemelos lo vieron aparecer con una sonrisa de triunfo en sus rostros.

Buen trabajo.

Sí, buen trabajo.

&

Y así pasaron los meses, llegaban nuevos vecinos y si eran bulliciosos, a los pocos días huían temerosos, alegando que jamás regresarían a ese lugar. ¿Qué los asustaba? Nadie lo sabía, o pretendían no saberlo, pero todos estaban agradecidos de que la paz, continuara reinando en su tranquilo barrio.

Los exámenes finales habían llegado y los gemelos estaban más nerviosos que nunca. No eran tontos, pero la exigencia de la escuela en la ciudad, era mucho más grande que en el colegio del campo, así que debían estudiar el doble que sus compañeros.

¡No entiendo esta puta ecuación! —Gruñó el pelinegro, tirando su cuaderno de matemáticas al otro lado de la mesa.

Tranquilo, creo que ya casi lo tengo.

¡CRASH! Se oyó un estruendo fortísimo en la casa de junto. Los chicos, dejaron sus tareas a un lado y se pararon frente a la ventana, para averiguar qué estaba sucediendo.

¡Oh, no! —Gruñó Bill al ver un nuevo camión de mudanzas—. ¡No ahora!

Tom lo rodeó por los hombros y le dio una palmadita de tranquilidad.

Desde esa misma tarde, los vecinos nuevos provocaron un caos en el barrio. El ruido de su transporte, la música a todo volumen y los gritos de los habitantes de su extraña familia, todo alteraba la paz de quienes moraban allí, hasta su mascota era más gruñona que el resto. Muchas cabezas se asomaron desde las puertas, enviando miradas reprobatorias, que fueron totalmente ignoradas por los recién llegados.

Tratando de concentrarse en los exámenes, Bill y Tom optaron por ignorar a los vecinos, pero pasar la noche en vela, no ayudó a ninguno de los dos, con su evaluación y ambos, reprobaron.

Furiosos, llegaron a su casa resueltos a correr a los nuevos, a como diera lugar.

Al día siguiente, los hombres de la casa de al lado, preparaban una fogata, para quemar a su perro, que había muerto en circunstancias extrañas la noche anterior. Pero no conformes con eso, decidieron hacer una fiesta, para su adorada mascota, dejara este mundo con un gran baile. La música rústica se oyó a todo volumen durante toda la noche, manteniendo despiertos a todos los vecinos.

Las cosas fueron empeorando con el paso de los días. Las extravagancias de los recién llegados, no sólo perturbaban la paz, sino que también, habían traído al vecindario nuevos tipos de gentes, personajes que jamás habrían visitado un barrio como ese, en circunstancias normales. Vendedores de drogas, prostitutas, vagos y alcohólicos, eran vistos cada día en el lugar.

Finalmente, cansados de las molestias que estaban recibiendo los moradores pacíficos de este barrio, decidieron reunirse para hacer algo al respecto.

Ya lo hemos hecho antes. Podremos volver a hacerlo —Fue el veredicto del líder de la junta vecinal.

Todos se retiraron en silencio a sus casas, meditando sobre lo que tendrían que hacer para poder liberarse de los malos vecinos.

¿Estás seguro, Tomi? —preguntó el pelinegro, cuando vio que su hermano se disponía a salir, en medio de la oscuridad.

Por supuesto. Quiero mi paz de regreso.

Y yo.

Se dieron una mirada cómplice y ambos salieron, cerrando la puerta tras de sí.

&

Al día siguiente, un enorme camión de mudanzas se estacionó frente a la casa de los vecinos y los chicos caminaron hasta él.

¿Don Luis, cómo está? ¿No tuvo problemas con el vehículo? —preguntó el pelinegro con una enorme sonrisa.

Para nada, Bill. Sólo le puse unos billetes al dueño y es mío por un par de horas —Rió y bajó del coche—. ¿Nos ayudarán?

Claro, hoy no tenemos clases —respondió Tom, ajustándose la gorra, listo para trabajar.

Entraron en la casa y varios vecinos estaban metiendo las pertenencias en diferentes cajas, mientras las mujeres las sellaban firmemente con cinta de empaque.

Seguro nos necesitan abajo, Tom —dijo el menor, señalando el sótano.

Seguro.

Bajaron y allí fueron recibidos por la más viejita del barrio—. Tomen chicos —Les tendió unas mascarillas—. Aquí huele a mierda —comentó sonriente, mostrando su escasez de dentadura.

Gracias señora Fanny —contestó el mayor, atándose la mascarilla detrás de las rastas.

¿Necesitan una mano? —indagó el pelinegro, atrayendo la atención de un par de hombres que cavaban.

Hola chicos —Saludó, limpiándose el sudor de la frente—. Harry y yo, ya casi terminamos con la fosa. Si gustan pueden trozar los cuerpos.

Será un placer —La sonrisa brillante de Bill, se tornó una muy oscura y con un extraño brillo en los ojos, hizo una seña a Tom y entre los dos, procedieron a realizar la tarea encomendada.

Para la noche, el camión de mudanzas no estaba cerca y lo único que se escuchaba a lo lejos, era el canto de los grillos. Los vecinos dormían en paz, mientras los gemelos reían ante la película que veían en la televisión.

Esos sí que eran unos vecinos del infierno —afirmó Bill.

Sí que lo eran.

Sin una pizca de remordimientos, ambos apagaron el televisor y se retiraron a descansar.

Buenas noche, Bill.

Buenas noches, Tomi.

& FIN &

¿Has tenido vecinos así de infernales? ¿O eres tú uno de ellos? Ten cuidado si es lo segundo, nunca sabes quién puede ser tu vecino y qué está dispuesto a hacer, para volver a tener su añorada paz. Muajajajaja

Escritora del fandom

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *