Administración: El título está inspirado en la canción de Eric Clapton «Tears in Heaven».
«Tears in heaven»
(One-Shot de Kristall Blumie)
Mágico, puro e increíblemente celestial como el amanecer que me encontraba observando. Así fue el día en que te conocí. El día en el que mi mundo se transformó en ti. El inicio de mi felicidad y de mi dolor.
Aquella noche, el aura que emanabas transmitía una tranquilidad magnifica, tanto así que pude sentir cómo mis pesares, tristezas y problemas se esfumaban con tan solo acercarme más a ti. Había descubierto que tú y yo nos pertenecíamos.
Pero algo en tu mirada me partió el corazón.
Estabas roto, sí, completamente roto que la desolación de tu alma corría alrededor de la mía.
No sabía cómo pero pude sentir el martirio que sufrías. No tenía palabras para describirlo ni para hablarte. Mi garganta ahora albergaba un nudo de desesperación e impotencia por no saber cómo mitigar tu pena.
Sin darme cuenta posé mi mano sobre tu hombro y giraste, asustado y a la vez confundido, tu rostro. Había visto como varias cristalinas lágrimas descendían por tu mejilla y caían al suelo, pero a pesar de eso, me brindaste una sonrisa, la más cálida, dulce y bella que jamás había visto.
Me autoinvité a sentarme a tu lado y sorpresivamente llegó la valentía que necesitaba y conversamos. No tenía noción del tiempo porque mi mundo se paraba en el brillo de tu mirar, apagado y lejano como estrella en la constelación de Orión.
Quizá mi mayor logro hasta ese momento había sido el sacarte una sincera sonrisa, con sonido de ser una de las que poco se encuentran en la vida.
Nunca antes había maldecido la tecnología pero en el momento en que sonó tu celular desee que está desapareciese. Te levantaste y me acongojé por tu partida. Observaste mi cambio de ánimo y me levantaste la barbilla. Un “Gracias” salió de tus labios finos color cereza. Y la duda me atormentó en ese momento.
—¿Por qué lo dices? — te pregunté con curiosidad sin dejar de deleitarme con la exquisitez de tu rostro.
—Porque me has alegrado más en una hora que cualquiera en toda mi vida— pronunciaste y así como transcurrían los segundos, así desapareciste tú. Vi mi vida irse con cada paso que dabas.
Mi corazón me decía que te persiguiera, pero mi razón me decía que lo ignorase.
Mi corazón me suplicaba que corriera hacia ti y te de uno de esos besos tan profundos que te hicieran perder en medio del universo y transportarte hacia el nirvana, pero mi razón me chantajeaba con abandonarme y dejar a su cargo a la locura.
Mi corazón me dijo: “¡Eres tonto o qué! Ve detrás suyo y no dejes que se vaya”, pero vi como mi razón hacía sus maletas y compraba boletos de ida más no de vuelta.
Mi corazón me dijo: “No escuches a la razón, solo quiere controlarte. Si quiere irse, que se vaya. Así nos facilitará las cosas. Si quiere dejar en su puesto a la locura ¡Qué lo haga! .No puede manipularte con eso porque tú ya estás loco. Loco por ese ángel.”
Entonces apareció mi razón y cogió un sable. Estaba dispuesto a asesinar a mi corazón para terminar con ese lío. Mi corazón dio un giro de 360 grados, dobló la mano de mi razón y dio el golpe final.
Me desconecté de aquella lucha interna por la que pasaba y corrí con todas mis fuerzas hacia la puerta del bar.
—¡Espera, no te vayas!— grité lo más alto que pude con el sentir de que si no lo hacía, te perdería para siempre.
Esperaba que tu voz me respondiera, más no lo hizo.
El llanto vino a mí con marea alta que me hacía derramar olas de dolor. No podía creerlo, te había perdido.
O eso creía.
Vi como una melena vestida de luto salió de la ventana de un automóvil. Distinguí el color café con miel de tus ojos y vi las estrellas.
Me reconociste y saliste del enorme vehículo, caminando ligeramente que hasta me pareció verte flotando. El tiempo pasaba lento, demasiado lento y pensé que nunca llegarías hasta mí.
Dispuse entonces a correr como antes lo había hecho y te abracé como nunca antes había abrazado.
Miraste extrañado como me aferraba más a tu pecho y correspondiste mi gesto sutilmente. Sentí los latidos de tu corazón y en ese momento se volvió mi melodía favorita. Sentí tu respirar calmo sobre mi hombro, levanté mi rostro y vi tu alma en tus pupilas.
Mi imaginación corrió una maratón alrededor de mi mente y una idea descabellada hizo su aparición pomposa.
Ahora sabía que todo lo que quería escuchar era la melodía de tus latidos.
Ahora sabía que todo lo que quería mirar era tu rostro.
Sabía que en lo único en lo que quería perderme era en tu pecho.
Sabía que todo lo que más deseaba eran tus besos.
Ahora sabía que todo lo que necesitaba, eras tú.
La locura hizo sentar a mi corazón en el trono de mi vida y se colocó a su lado como fiel lazarillo. Me despegué vacilantemente de tu cuerpo y sonreíste por cortesía.
Me di cuenta que te había asustado lo suficiente como para que decidieras esfumarte de mi vida. Pero no estaba dispuesto a permitirlo.
Sin pensar en las consecuencias cogí tu rostro y lo acerqué al mío. Sentí que tu aliento se impregnaba en mi piel. No lo pensé dos veces y te besé como antes lo había pensado. Sentí como mi vida, mi alma, mi corazón, mis pensamientos, mi locura y mi mundo se arrodillaban ante ti. Aquel beso representaba mi pacto de amor.
Me despegué suavemente de tus labios y me di cuenta que había cometido una locura.
Te tocaste los labios y tu mirada se perdía en el vacío de tus pensamientos.
—Tú… t-t-t -ú-ú. Tú me has besado— espetaste con nerviosismo— Tú, tú, un extraño que jamás pensé encontrar, me has besado— el tono de tu voz variaba.
Empecé a rezar.
—Tú, pedazo de capullo, me has besado. ¡Un puto desconocido me ha besado! ¡Un puto hombre me ha robado mi primer beso! —exclamaste con tanta fuerza que me sumergía más en mi mundo.
Espera, tú me habías dicho que yo… que yo te había robado…
—¡¿TU PRIMER BESO?!—exclamé tan fuerte que parecía una competencia sobre quién grita más.
—¡SÍ, MI PRIMER BESO!—Repetiste—Y sabes qué, pensarás que soy un puto pervertido marica pero, me encantó— agregaste mientras tus mejillas se sonrojaban.
Mi ángel, sí, ángel mío, me habías dicho que te había encantado. Me emocioné tanto que quería saltar en un pie.
Nos quedamos observándonos mutuamente e ingresamos a un lugar sin salida. Ese fue el momento en el que por fin nuestras almas interactuaron. Me susurraste tu nombre y yo, el mío.
—Al fin mi ángel tiene nombre, vaya que estaba muy nervioso como para preguntártelo—te dije con tono de Homme Fatale y empezaste a soltar pequeñas risitas nerviosas. Al parecer te habías desconectado de mi lado ya que no te sentí en la misma sintonía.
Recordaste algo y te asustó. Mirabas a todos lados con un comportamiento paranoico y tus manos empezaron a sudar. Empalideciste y tu cuerpo hacía más caso a tu nerviosismo que a tu propia voluntad y comenzaste a temblar.
—Lo siento, lo siento, lo siento— repetías y no lograba comprenderte. Mis dudas se disiparon en el momento en que él te tomaba del brazo.
—Es hora de irnos ¿No lo crees, muñeco?— espetó aquel hombre que no me daba buena impresión. Sus numerosos tatuajes y cortes en el rostro mostraban la vida loca y peligrosa que llevaba. Sentí mi cara arder cuando vi que ese individuo te sostenía, sostenía a MI ÁNGEL, de la cintura. Decidí pedirme a mí mismo un poco de calma.
—No es necesario que me llames de esa manera Blai—contestaste cabizbajo y avergonzado. Mi cuadriculada mente no podía comprender lo que sucedía a mi alrededor.
—Él no se irá con nadie excepto conmigo, “Blai”— mencioné el nombre de aquel mastodonte con ademanes de burla. Cosa que no había sido de su agrado.
Un golpe certero en mi cara me indicó que él no era bueno. No para ti.
Traté de reincorporarme lo más rápido que pude pero solo logré divisar tu partida a manos de ese hijo de puta. Me sentí jodidamente mal, sabía que le tenías miedo pero como una jodida marica me quedé sin hacer nada. Sin defenderte y liberarte de ese pendejo.
—Adiós, ángel— susurré al viento mientras mis lágrimas caían. Tenía miedo y mucho de no volver a sentirte conmigo de nuevo. Tenía miedo de lo que pasaría conmigo si tú no estabas a mi lado.
Y aunque solo fue en una hora, te convertiste en mi mundo.
&
Pasaron meses y no tenía noticia tuya. Invertí la herencia que mi padre me había adelantado en numerosos y costosos detectives privados. Vergüenza, sí eso debía sentir él en este mismo momento al enterarse que el “macho Alfa” de la familia era un jodido marica buscando a su “nenaza”, como solía llamarte, por todo el mundo con sólo un mísero dato.
Pero también que podía esperar, no me podía quejar. Él tenía la razón, solo tenía tu nombre. Sólo eso y el recuerdo dulce de tus labios.
Mi madre era la única que me comprendía pues ella sabía que estaba completamente enamorado debido al cambio que notó en mí después de conocerlo. “Debe ser un chico completamente encantador como para que haya cambiado de gustos, apuesto que si ustedes lo hubiesen conocido experimentarían lo mismo” repetía aquella mujer con cabellos rebeldes y rojizos, intentando excusar a mi familia mi homosexualidad.
Y a mí me llegaban los estúpidos prejuicios de mi dizque familia.
Era bien sabido en todos los estratos sociales que los Kaulitz eran una familia de homofóbicos. Había presenciado varios de los cobardes ataques que mis primos cometían contra cualquier chico que le pareciera demasiado afeminado o cualquier chica que le pareciera muy hombre. Y si aún no me habían matado era solo por llevar el mismo apellido, algo que ellos repugnaban.
Ahora, como cada domingo, se encontraba la familia reunida en casa de mi padre, discutiendo temas acerca de negocios y otras chucherías que había pasado a estar en segundo plano para mí.
No tenía ni una solo neurona para pensar en otra cosa que no sea el encontrarte. Hasta creía que si seguía vivo era porque mi cuerpo lo hacía todo automáticamente, como una máquina.
—Hey, Tom ¿Sabes que puedo darle a mi novia para que le pasen esos estúpidos días en los que para gritándome y largándome de su cuarto cuando quiero follarla? Creo que tú tomas algunas pastillas cuando quieres que alguien te dé por el culo y estás indispuesto ¿O no?—ironizó Lester provocando que me convirtiera en el blanco de burlas de toda mi familia.
—No, no recuerdo el nombre de las pastillas. Sólo recuerdo que las encontré en tu habitación la vez pasada cuando fui a ayudarte probándote tus mallas ¿Acaso no te acuerdas? —contesté siguiéndole el juego e intentando obtener de regreso un poco de mi dignidad que ahora estaba por los suelos.
—Pedazo de mier…
El sonido de la puerta interrumpió la rabieta del ojiverde. Aquel rostro níveo acompañado con dos luceros verdes grisáceos era completamente conocido para mí. Era el salvaje de primo Karl.
—Lester, ¿vas a dejar que este marica te humille así de fácil sin darle pelea? Me da asco tu estupidez y debilidad— le regañó mirándome despectivamente, como si fuera un pedazo de basura.
—No, tú sabes que no me gusta pelear con mujeres, hermano— contestó el castaño —Hey, estoy un poco aburrido ¿qué te parece si vamos a “saludar” a algunos amigos?— propuso Lester con una especial entonación en “saludar”, provocando que mi estómago se retorciera. Sabía a lo que se refería.
—Bien, entonces, vámonos. ¿No nos quieres acompañar, Tomasita?— burló Karl y le mostré mi dedo corazón.
Karl era el más cruel entre ambos. No tenía miedo, ni vergüenza, ni compasión. Decenas de desafortunados muchachos habían sufrido sus ataques. Uno que otro no los había soportado y si no morían producto de la golpiza, se arrebataban su propia vida porque no soportaban la humillación pública. La mayoría de sus víctimas eran homosexuales que aún estaban en el clóset.
Se esfumaron antes de que mi madre les sermoneara. Ella era la única persona entre todo ese bando de animales. Sólo ella tenía la maldad fuera de su corazón. Era pura y me recordaba un poco a mi ángel.
—Saldré a pasear Simone— le avise tuteándola, me gustaba mucho tenerla más como amiga que como madre. Aunque no me podía quejar de que lo hacía mal.
—Ten cuidado hijo. Sabes que en la calle hay muchos desadaptados como tus primos— me alertó al tiempo de que mi mejilla recibía uno de sus tiernos besos maternales.
—No te preocupes.
.
Salí de casa y empecé a vagar por los callejones, perdiéndome en mis pensamientos como entre ellos.
El timbre de mi celular me trajo a la realidad. Contesté.
Era uno de los detectives que había contratado.
—Hola Anniek. Doc, ¿alguna novedad?—pregunté a aquel joven que ocultaba su profesión entre sus rastas.
—Hola Tom. Pues que comes que adivinas ¿ah? Sí, tengo muy pero muy buenas noticias para ti. Se trata de tu “ángel”.
—Pues de quién más iba a tratarse, Doc. Dime, ¿Cómo está él? ¿Dónde está? ¿Cuándo lo…
—Shhh Tom, no más preguntas. Sólo sé dónde está.
— ¡Dímelo ya!— exigí con el nerviosismo a flor de piel.
—Él está en Hamburgo. Para ser más específicos, vive en un departamento alquilado en los suburbios, cerca de una discoteca homosexual.
—Dios…— solté el teléfono, tú, el dueño de mis pensamientos estabas solo a 4 cuadras de mi posición actual. Solo 4 cuadras me separaban de verte.
Con mi corazón en la mano me adentraba más en los callejones, única entrada a los suburbios. Pensar que tú, mi pedazo de cielo, habías pasado penurias me hacía sentir un completo desgraciado. Yo, cómodo y caliente en mi cama, y tú en un cartón sucio y frío.
Llegué a los “complejos residenciales” y recordé haber olvidado pedir a Anniek el número de tu departamento. Cómo si Dios estuviese de mi lado, el Doc me envió un mensaje de texto con la dirección exacta.
Edificio B, décimo segundo piso, departamento 483
Trepé la reja que cercaba tu edificio fácilmente y dispuse a correr hacia dentro buscando el ascensor. Para mi mala suerte, el edificio no contaba con uno. No tuve otra opción que subir las escaleras.
Ni bien llegué al quinto piso y ya me sentía agotado. Imaginar que todo esto tenías que pasar me hacía sentir más culpable. Culpable por no haberte llevado aquel día.
Al fin llegué a mi objetivo. Ahora solo una débil y delgada puerta improvisada de madera nos separaba.
La toqué.
Pero nadie contestaba.
Pensé que no lo había hecho fuertemente, así que toqué de nuevo.
Estuve así durante 5 minutos hasta que apareció una muchacha muy bella con pecas y ojos risueños así como con una tentadora cabellera rojiza y cuerpo de modelo.
Sí hubiera sido el Tom de hacía unos meses de seguro que me la tiraba.
Pero no, yo ya no era esa persona.
Le pregunté entonces si sabía algo de ti y me dijo que te había visto saliendo unos minutos antes de mi llegada con unos amigos. Me describió a los dos muchachos. Uno con melena castaña larga y ojos esmeralda y el otro con una cabellera rubia y ojos color café.
Salí como volando a buscarte. Pensé que no debería estar lejos. Y recorrí los demás callejones buscando respuesta a mi suposición.
En uno de ellos, en el más oscuro de todos escuché, cómo lo había hecho anteriormente, voces de jóvenes.
Pero esta ocasión era distinta. Esas voces no charlaban amenamente como en momentos anteriores sino que parecían estar peleando.
Distinguí en lo profundo del callejón siluetas de cinco muchachos molestando a otros tres. Reconocí entre ellos dos pares de luceros verdes. Eran los ojos de Karl y Lester.
Más un disparó me sacudió los pensamientos.
Empezaron a sonar las sirenas de la policía y todo se volvió un lío. Sentí algo caliento y doloroso como punzada en mi pecho, cerca de mi corazón.
En medio del alboroto, la gente empezó a curiosear lo que sucedía al fondo del callejón y, cómo si de arte de magia se tratara, mis piernas me guiaron hasta ahí. Observé un gran charco de sangre y vi a un joven rubio con lentes tirado en el suelo. Se encontraba en estado de shock. Su compañero ojiverde estaba medio mareado. Ambos fueron atendidos por los paramédicos.
— ¿Dónde está T? ¿Dónde está T?—preguntaba desesperado al oficial el joven rubio y observada todo a su alrededor. —Oh no…
Una silueta maltratada en el otro extremo llamó la atención de todos los presentes.
— ¡T! , despierta compadre, despierta niñato. ¡Vamos, joder no me asustes!— repetía exasperada y fuertemente cómo si no se diera cuenta de quiénes estaban a su alrededor—Oficial, fíjese si está bien.
Mi pecho se oprimió, sentí que me ahogaba y que me desvanecía. Sentí que di mi último respiro.
—Joder, aquí sí que está tenso el ambiente— espetó un muchacho que era suboficial. Me acerqué lentamente a aquel cuerpo apagado y recordé haber visto a Karl arrojándolo como si se tratase de un trapo sucio y viejo.
Aparecieron en mi mente todos los momentos más preciados de mi vida.
—Permiso joven, retírese ¿no ve que estamos trabajando?— me regañó uno de los paramédicos que realizaban una serie de ejercicios con aquel joven. Su piel era nívea como la nieve y sus cabellos negros como la noche.
Me acerqué más a paso lento sintiendo que la curiosidad me comía.
Al parecer, aquel muchacho estaba inconsciente.
O esa fue mi idea.
Los rostros de ambos muchachos heridos se transformaron al escuchar lo que el paramédico mandaba a que apuntaran. Hora del deceso: 18.20 pm, sexo: masculino, nombre: …
El castaño se acercó más para ver el estado de su amigo.
—NO… ¡NO ES POSIBLE! ¡NO! NO ÉL, NO ÉL. GUS… GUSTAV, ¡BILL ESTÁ MUERTO!
—No puede ser…
Sentí mi vida, mi mundo, mi alma, mi mente y todo mi ser irse por completo. Me sentí fuera de tiempo y de espacio. Sentí que un vacío me invadió y me ahogaba en mi dolor.
Lloré, lloré cómo cuando tenía 4 años. Lloré de impotencia, lloré de dolor. Lloré cómo si de esa manera mi dolor desaparecería. Clamé al cielo por un poco de piedad. No quería sufrir más. Te había encontrado para volver a perderte.
Y cómo si hubieran escuchados mis súplicas, dejé de sentir mis piernas y me desvanecí con el dolor de que tú, mi alma gemela te habías ido al cielo a sabiendas de que yo nunca pertenecería allí.
FIN
Mi corazón se rompe en pedacito. ¿Qué les pareció?