Notas de MizukyChan: Un pequeño cuento para reír.
«Asalto frustrado»
El joven de trenzas sonreía ante su trabajo, tenía todo preparado, ya sólo faltaba el arma.
Se dirigió a la juguetería que había escogido con anterioridad y caminó directamente a la sección de “comando”.
—¿Puedo ayudarlo? —preguntó uno de los dependientes.
—Sí, por favor. Busco el modelo “BM-34” —respondió, sonando como todo un profesional.
—Vaya —Sonrió el chico, mostrando un exclusivo brillo en los ojos, ese brillo característico de los verdaderos fanáticos—. ¿Es usted un coleccionista? —cuestionó sorprendido y luego agregó—. Casi nadie pide ese modelo.
—Claro que lo soy y ya tenía ese modelo —Le siguió el juego—, pero tuve la visita de mis pequeños sobrinos y bueno… usted ya sabe… —Ambos suspiraron, como si entendieran a la perfección aquellos “desastres caseros”.
—Vaya, que mala suerte —dijo comprensivo—. Sígame, por aquí —Le indicó un pasillo más al fondo y rebuscó allí, hasta dar con la preciada caja del juguete—. Este es.
—Claro que sí —susurró el trenzado—, ven preciosa, ven con papá.
—Es muy real. Casi parece un arma de la mafia —agregó el vendedor con una sonrisa.
—Hasta pesa como un arma real.
—No la saque a la calle —aconsejó—, o podría meterse en problemas ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja —Ambos rieron, ya que eso era exactamente lo que el de trenzas haría: “meterse en problemas”. Podría arriesgar una multa, cárcel o incluso perder la vida, pero esto valía la pena, claro que sí—. La llevo —dijo seguro.
—De inmediato. Acompáñeme a la central de empaque.
—Claro.
Después de pagar su preciada arma de juguete, Tom regresó a su casa, debía usar un disfraz, claro, todo estaba fríamente calculado.
Tom, comenzó a repasar mentalmente su “magnifica” idea. Esa tarde, Bill tendría una firma de autógrafos y llegaría a casa a las seis, donde, como siempre, ordenaría una pizza, la cual ya estaba guardada en su refrigerador, en otras palabras, él sería el repartidor.
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El joven de trenzas se duchó varias veces, no quería oler mal y dejar una mala impresión. Bueno, la mala impresión sería inevitable, pero quería lucir bien, quería “saldar cuentas”.
Miró el reloj. «Las seis, Bill ya llegó. Tengo 15 minutos para que no sea sospechoso» Pensó, todo estaba saliendo “perfecto” y no pudo evitar dibujar una sonrisa en su varonil y bronceado rostro.
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Tom aparcó su coche frente a la enorme casa del cantante pelinegro y aguardó…
«Un minuto más» Se dijo mentalmente, volviendo a revisar su reloj.
—¡Ahora! —susurró y bajó del coche.
Golpeó la puerta, cargando la caja en una de sus manos
—La pizza —Llamó con una sonrisa. La sirvienta la tomó y se sorprendió.
—Esta fría.
—Cómo usted lo estará si no se mueve —dijo mostrando el arma y entrando del todo en la casa—. Y no grite o la mato —amenazó con el rostro completamente serio.
La mujer asintió, pobre, estaba muy asustada. Sin apartar la vista del arma del trenzado, ella fue retrocediendo poco a poco, dejándole el paso libre al hombre que la amenazaba.
—Don Bill, tenemos problemas —anunció casi en un susurro, cuando sus lentos pasos la llevaron hacia la sala.
—¿Por qué? ¿Faltó dinero? —preguntó el moreno, con esos ojos preciosos.
—No, es eso —susurró el trenzado, sacudiendo la cabeza, para salir del trance en que le dejaba ese chico tan guapo—. ¡Esto es un asalto! —explicó, pero ni él lo creyó.
—¡¿Qué?! —dijo sorprendido el moreno, casi con una sonrisa en el rostro. Era imposible creerle al muchacho con cara de ángel y sonrisa traviesa.
—¿Dónde puedo encerrar a la señora? No quiero hacerle daño —cuestionó, apuntándole con el arma a la cabeza. La pobre mujer cerraba los ojos y murmuraba una plegaria.
—El armario de la cocina —respondió ella misma, pálida como la nieve.
—¿Nos acompañas, Bill? —pidió el trenzado, tratando de borrar la sonrisa, que no paraba de aparecer en su rostro.
—No tengo opción —comentó el pelinegro, subiendo los hombros, de verdad no creía nada.
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Llevaron a la anciana al armario de la cocina y Tom cogió a Bill por el brazo. Lo guió hasta la sala.
—Quiero conversar contigo.
—No sé por qué, pero siento que te conozco —aseguró el más delgado con una sonrisa que cubrió con su cabello.
—Me gustan tus rastas, bicolores, es un estilo original —dijo el asaltante, tocándolas. Sonrió al ver que el otro joven no se alejaba.
—Me recuerdan a alguien, creo. No estoy seguro de por qué me las hice.
—¿Nos sentamos? —sugirió el mayor.
—Claro, estoy muerto —contestó, dramático como siempre.
—Ha de ser muy estresante la vida que llevas —dijo Tom, dejando su arma en el sofá, a su lado.
—Lo es —suspiró—, pero es muy gratificante, ya ves… cualquier día vienen y te asaltan —respondió el cantante con ironía, a lo cual ambos sonrieron.
—Yo… —Ocultó el arma bajo un cojín—. Lo siento. La verdad es que quería hablar contigo.
—¿De qué tendríamos que hablar nosotros? No nos conocemos —dijo serio esta vez, el de trenzas no pudo evitar tensarse.
—En eso te equivocas —susurró—. Sí nos conocemos. Desde hace tiempo. Cuando teníamos nueve.
—No te creo —objetó el moreno, con una sonrisa de medio lado. Obviamente, esa sonrisa le hizo creer al otro, que él sí recordaba y sólo estaba jugando.
—Por ese entonces tú llevabas el cabello corto, con pequeños pinchos y un flequillo que cubría uno de tus ojos —contó el trenzado, recordando el pasado, no pudieron evitar suspirar.
—Eso lo pudiste saber por internet —dijo Bill sin mirarle, parecía algo incómodo por los recuerdos.
—En la escuela, había un grupo de estúpidos que te molestaba.
—Eso también sale en internet, que fue la peor época de mi vida. —Se cubrió el rostro con ambas manos, como queriendo borrar aquellas imágenes mentales.
—Yo era uno de ellos —Bill abrió los ojos como plato—. Por aquel entonces yo también llevaba rastas.
—¿Tom? —preguntó entre sorprendido y divertido.
—Tom Thompson —confirmó el de trenzas.
—¡Grandísimo animal!
El pelinegro, se arrojó contra el otro chico, dándole pequeños golpes en el pecho, parecía un gatito peleando con alguien mucho más grande. Tom lo abrazó para inmovilizarlo y se quedó así hasta que se calmó, pues ya no podía más.
—Lo siento… lo siento tanto. Pero había una razón —dijo el trenzado y soltó un poco el agarre, para que le mirara directo a los ojos—. Te amaba, Bill —Los ojos del más delgado se abrieron más y sus mejillas se sonrojaron.
—No es verdad, lo dices porque soy famoso ahora.
—Por tu fama pude encontrarte, es verdad. Pero mis sentimientos… —Se quedó sin palabras.
—No me digas que sigues enamorado de mí, porque no te voy a creer —soltó el pelinegro con la voz cargada de ironía.
—Está bien, no te diré, pero quiero arreglar las cosas.
Se quedaron unos minutos en silencio, mirándose furtivamente y bajando la cabeza cada vez que sus ojos se encontraban.
—¿Por qué lo hiciste? Tantas humillaciones —preguntó Bill y suspiró cansado.
—Y el que más sufría era yo, pero…
—¿Pero, qué? Tom, pudiste haberme defendido.
—Yo, yo, yo —tartamudeó—, entiéndeme Bill, yo no era deportista, no era bueno en los estudios, yo era el “matón del colegio”. Imagínate el daño que te hubieran hecho después de saber que me gustabas. Te habrían linchado.
—Pero yo…
—Lo siento, Bill, de verdad lo siento. Cuando te fuiste me quedó un agujero en el corazón, pero sabía que estarías mejor.
—¿Y qué hiciste tú? —preguntó intrigado.
—Pues a base de amenazas terminé mis estudios, me saqué las rastas y me puse trenzas.
—Te quedan bien —Bill sonrió coquetamente y el corazón del trenzado se aceleró.
—Gracias.
—¿Y qué más? Dime…
—Cambié mi actitud, me cambié de ciudad y ahora trabajo en una tienda de música. Y así te encontré.
—¿Eh? ¿Cómo?
—Verás, siempre ponemos videos musicales en la tienda. Generalmente son de hip-hop, porque me gustan a mí, pero un compañero puso otros y de pronto salió un chico guapo con una melena de león y wow, mis recuerdos regresaron, tus pinchos crecieron y se transformaron en melena y mi corazón volvió a latir.
—Bueno he tenido muchos looks de peinados —susurró el pelinegro, sonrojándose al ver la intensidad en la mirada del otro chico.
—Pero te sigues viendo absolutamente genial.
—Gracias Tom.
—Y aquí viene mi pregunta —dijo el trenzado, sintiendo que su corazón se aceleraba por temor a la respuesta.
—¿Qué pregunta?
—¿Te gusto? —Se puso de pie, completamente nervioso, moviendo sus manos, sin saber qué hacer con ellas.
—¿Cómo me preguntas algo así? Después de todo lo que me hiciste de pequeño —Le regañó el pelinegro, evitando su mirada.
—Bill, yo veía cómo me mirabas —Esta vez Tom se acercó al otro chico, buscando la verdad.
—Ya basta, no seas vanidoso —se defendió el menor.
—Vamos, dilo.
—No me gustan los hombres, Tom.
—Y a mí tampoco, sólo me gustas tú, desde que éramos niños —suspiró—. Vamos, Bill, asúmelo.
—No Tom, no lo haré, haces esto porque soy famoso y quieres sacar provecho.
—Me ofende que digas eso, Bill, pero si eso es lo que piensas nunca más entraré en tu vida, yo sólo quería arreglar las cosas.
—Tampoco es que no podamos ser amigos —se apresuró a decir el pelinegro, no quería que Tom se fuera de su vida una vez más.
—Yo no podría ser amigo tuyo, Bill. Mis sentimientos son profundos. Ahora mismo me iré, pero antes, ven acá —Palmeó el sillón, él se sentó a su lado—. Bésame, Bill.
—¿Qué? Estás loco —Respondió rápidamente, sin embargo no se movió.
Al ver que el moreno no hacía nada. El trenzado sacó su arma, el último recurso, y la puso en su propia cabeza.
—Bésame.
—Dios mío, no hagas ninguna estupidez —rogó el pelinegro, completamente nervioso.
—Bésame —repitió con convicción.
—Está bien, sólo baja eso.
Se acercó al trenzado un tanto dudoso y puso sus labios sobre los otros, muy despacio. Tom lo abrazó y fue correspondido de inmediato. El mayor pidió permiso con una suave y dulce lamida y Bill entreabrió sus labios para que su lengua entrara en su boca. Jugaron allí como dos adolescentes aprendiendo a besar.
El trenzado sintió una corriente eléctrica recorrerle la espalda y bajar justo hasta su entrepierna, al sentir el piercing en la lengua del otro. Sin poder evitarlo, jadeó y el pelinegro sonrió.
Al separarse sus miradas se encontraron. Tom lo abrazó y el pequeño volvió a envolverlo con sus brazos. En un encuentro que ambos desearon desde hace tanto, tanto tiempo.
—¿Ves que no era tan difícil? —dijo el trenzado sonriendo.
—Me obligaste a hacerlo —se defendió el menor, pero sin perder su sonrisa.
—¿Con qué? ¿Con esto? —sacó el arma y se la entregó.
—Quítame eso de encima —dijo histérico el pelinegro.
—Tranquilo, es falsa. ¿Ves? —La puso suavemente en las manos del moreno—. Es de juguete.
—No puedo creerlo —respondió sorprendido, examinando el artefacto.
—Mira soy un agente del FBI —Hizo poses ridículas, haciendo reír al otro chico.
Siguió jugando a hacer poses con el arma y justo cuando apuntaba a Bill, la puerta se abrió dejando ver a, por lo menos tres miembros del cuerpo de policía, quienes al ver la situación “hostil”, abrieron fuego contra el muchacho.
—¡Nooooooooo! —Gritó el cantante—. ¡El arma es falsa!
Pero ya era demasiado tarde, el cuerpo del joven se precipitó al suelo, con cuatro impactos de bala en el cuerpo. Escupió sangre por la boca y estiró la mano hacia su adorado pelinegro.
—Bi… Bi… Bill.
—No te mueras, Tom, por favor, no ahora —rogó el muchacho con la voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas.
—Lamento hacer mala publicidad —trató de bromear el trenzado, sosteniendo la mano del moreno.
—No importa, debes curarte, ¿sí?
—Dime Bill, ¿quieres salir conmigo? —Uno de los policías miraba la escena, sintiéndose triste por aquellos muchachos.
—Sí, sí quiero, así que mejórate, por favor.
La ambulancia, que ya estaba afuera, hizo sonar el claxon, para apresurar a los paramédicos que sacaron al trenzado de allí.
—Voy con él —aseguró el pelinegro, pero fue detenido por uno de los policías.
—Una señora, que se identificó como la sirvienta de la casa Knight nos informó que habían sido asaltados por un chico de trenzas con un arma.
—Él es mi amigo, el arma es falsa, sólo estaba jugando. Su nombre es Tom Thompson, éramos compañeros de escuela cuando éramos niños. —Lo defendió el joven, tratando de mantener la calma.
—¿Dónde está la mujer?
—En el armario d la cocina —Se llevó la mano a la cabeza, como si acabara de recordar a su sirvienta—. Por favor, tengo que ir con Tom.
—Está bien, puede retirarse.
—Gracias —Sin pensarlo dos veces, se subió a su auto y partió al hospital. Allí le informaron que el chico estaba en el quirófano, pues le estaban extrayendo las balas.
&
Esperó tres horas a que terminara la operación y saliera el médico.
—¿Cómo está, doctor? —preguntó angustiado.
—Tiene mucha suerte —sonrió el hombre, para darle ánimo—, ninguna de las balas dañó órganos vitales, pero tendrá que hacer reposo por bastante tiempo. ¿Es usted familiar?
—Soy, soy su… amigo, soy su amigo Bill.
—Bien Bill, puedes pasar a verlo en la habitación 483.
—Muchas gracias.
Y se encaminó a paso rápido a la habitación de su amigo.
Estaba cubierto de vendas y una máquina lo monitoreaba.
—Tom, seguro estás durmiendo —le acarició la frente con ternura—, pero quiero decirte que me gustó mucho nuestro beso.
—Entonces, ¿saldrás conmigo? —preguntó el trenzado, apretando los ojos, luchando por despertar.
—Sí, saldremos, como amigos.
—No Bill, quiero, exijo una cita.
—Está bien —Sonrió bobamente el pelinegro.
—Aunque tendrás que esperarme, porque ahora no me puedo ni mover —dijo apretando los dientes, las balas dolían un infierno.
—Te esperaré, como te he esperado todos estos años, Tom Thompson —Confesó con una sonrisa.
—Te quiero, Bill.
—Y yo a ti, matón del colegio.
& Cinco meses después &
—¿Estás seguro que quieres hacer esto, Bill?
—Claro eres un guitarrista excepcional y siempre tenemos problemas con el actual —dijo el pelinegro, completamente confiado en las habilidades de su -ahora- novio.
—Pero tal vez hablen, diciendo que estoy en la banda porque somos pareja —Tom no quería que la mala publicidad, deteriorara su relación con el pelinegro. No lo arriesgaría por nada, no después de haber tardado tanto tiempo en confesar sus sentimientos.
—Y eso qué importa, cuando te oigan tocar se tragarán sus comentarios.
Y así Tom hizo la audición que lo llevó a convertirse en el guitarrista oficial del grupo “Noise”. Además de ser el novio del cantante, quien ahora no se despegaba ni a sol ni a sombra de su trenzado. Por fin ese amor que había nacido cuando eran niños, se había convertido en algo real, puro y feliz.
& FIN &