En el cementerio

Notas de MizukyChan: Bill y Tom en esta historia tienen más o menos 12 años y tienen esas apariencias, Bill cabello corto y negro y Tom, su cabello rubio.

“En el Cementerio”

Bill corría desesperado, con la respiración entrecortada, mientras cuatro chicos de un grado superior lo perseguían por las poco transitadas calles de la ciudad. Bill optó por despistarlos entrando al cementerio. ¿Qué loco entraría a ese lugar cuando estaba a punto de ocultarse el sol? Bueno, uno desesperado, como Bill en esos momentos. Cruzó las puertas semi abiertas a toda la velocidad que pudo y miró de reojo hacia atrás, notando que los matones lo seguían de todas formas.

Supuso que gritarles que eran unos maricas en el closet y que lo acosaban porque querían probar un pedazo de su dulce culito, no había sido una muy buena idea. Pero eso ya no importaba, no quería recibir una paliza, y se ocultaría en una tumba abierta, si con ello se escapaba de los idiotas.

—Psss, por aquí —escuchó una voz.

Bill alcanzó a notar una cabeza rubia y la siguió, metiéndose en un mausoleo con una entrada imperceptible a la vista. De no ser por ese chico rubio, Bill jamás la habría notado. Vio como el joven, que tendría su edad, se llevó un dedo a los labios para que guardara silencio y pronto, escucharon los pasos corriendo, de los otros tipos de la escuela. Aguardaron en esa misma posición, sin decir una palabra hasta que las pisadas se alejaron.

—Creo que ya se fueron —dijo el chico, extendiendo una mano para presentarse—. Mi nombre es Tom.

Bill estrechó su mano y, con una sonrisa, dijo—. Yo soy Bill. Muchas gracias por salvarme.

—Será mejor que nos quedemos un rato más aquí, por si deciden regresar por el mismo lugar.

Bill asintió y le dio una sonrisa al chico rubio, que lo miraba tímidamente y bajaba la vista cuando sentía que los ojos curiosos de Bill se posaban demasiado tiempo sobre él.

Efectivamente, unos minutos después, oyeron las voces de los tipos de la escuela, retrocediendo sobre sus pasos, enfurecidos por haber perdido al marica al que querían golpear.

Cuando las voces se silenciaron por completo, Tom habló—. Parece que ya es seguro.

—Parece que sí.

Tom fue el primero en salir, sacudiéndose el polvo de sus pantalones y haciendo una seña con la mano a Bill para que lo siguiera.

Bill nuevamente agradeció al otro chico, mientras se sacudía el polvo de los jeans. Notó que Tom sacaba unas canicas de sus bolsillos y las acomodaba en el suelo para comenzar un juego solitario.

—Deberías irte, ya está oscureciendo —aconsejó el chico rubio.

—¿Y tú, qué harás?

—Mi madre está por venir —respondió, con semblante triste.

Bill arrugó el ceño, notando el aura de tristeza del chico que lo había ayudado a salvarse de una paliza. Quiso hacer algo por él, pero ¿qué podía hacer? Ya era tarde y debía regresar a casa para no preocupar a sus padres.

—¿Estarás aquí mañana?

—¿Por qué? —Preguntó el rubio, golpeando certeramente una de las canicas con otra de color verde.

—Para jugar contigo y quitarte unas cuantas bolitas —contestó Bill, recogiendo la canica verde que golpeó a la otra.

—Soy imbatible —afirmó Tom, viendo de frente al pelinegro.

—Eso habrá que verlo. —Bill le guiñó un ojo y, despidiéndose con la mano, se alejó de Tom y del espeluznante cementerio.

&

Al día siguiente, apenas sonó el timbre del final de clases, Bill cogió su mochila y salió, a toda velocidad, con rumbo al cementerio. Tenía dos motivos para emprender el viaje a la carrera; uno, no encontrarse con los matones del día anterior y dos, volver a ver al chico de cabellos rubios.

Tom lo vio y lo saludó con la mano. Se notaba que lo había estado esperando, porque tenía varias canicas en las manos y ya había dibujado un círculo en la tierra, para jugar a la “Troya”.

—Pensé que no vendrías —dijo contento de ver a su nuevo amigo.

—¿Y por qué pasaría eso? Tú eres mucho mejor compañía que los compañeros que intentan apalearme —respondió el chico con su característica actitud despreocupada.

—Gracias… —Tom pareció sonrojarse, pero la timidez desapareció rápidamente al ver como Bill sacaba de su mochila una bolsita pequeña con canicas de colores.

—Es la verdad. Ahora, vamos a jugar. Toma, primero hay que repartir el tesoro —dijo contando las bolitas en dos grupos iguales.

Tom cogió todas las suyas y también las dividió en dos grupos. Así ambos chicos tendrían la misma cantidad para tener una contienda justa y más extensa.

Con varias palabrotas, Bill aceptó su derrota después de casi tres horas de juego. El sol se estaba ocultando y Tom le devolvió todas las canicas que había llevado.

—Es mejor que te vayas —dijo mirando preocupadamente hacia el camino que daba a la entrada del cementerio—, está por oscurecer y mi madre debe estar por llegar.

Bill arrugó el ceño—. ¿Te molesta que tu madre me conozca? —Su tono de voz sonó herido y Tom velozmente giró hacia el pelinegro y lo sujetó por los hombros, para que lo viera de frente.

—No es eso.

—¿Entonces?

—A mi madre no le gusta mucho que…

Bill arrugó más el ceño, no entendía—. ¿Qué cosa?

—Es que no soy bueno con las personas, Bill… es mejor evitar problemas.

—Está bien, creo… —Bill tomó la mano de Tom y lo miró con ojos esperanzados—, ¿puedo verte mañana?

—¿No tienes escuela? —Preguntó Tom, alzando una ceja—. No es que no quiera verte…

—Salgo huyendo de la escuela para evitar que los tipos del otro día me den una paliza —confesó el pelinegro, bajando la mirada—, por eso vengo para acá. No creo que ellos me busquen aquí. Además, ya te dije que tú eres mucho mejor compañía.

Tom sonrió de gusto esta vez—. Nos vemos mañana entonces, Bill.

—Hasta mañana, Tom.

&

Así pasaron varios días en los que Bill y Tom se reunían para jugar con las canicas o, simplemente conversar de la vida, aunque era Bill quien hablaba mayormente. Tom lo escuchaba y asentía, complacido de saber que, pese al bullying que sufría el chico en la escuela, de todas formas era feliz.

Un día, en medio de una de esas largas conversaciones, el sol cayó y ambos se vieron rodeados por las luces artificiales del cementerio. Tom comenzó a hiperventilar al notar que no se había percatado del tiempo y le pidió al pelinegro que se marchara, antes de que su madre lo encontrara allí.

Bill sujetó su mochila con firmeza y, aunque se sentía un poco herido porque su amigo no quisiera presentarlo a su madre, corrió hasta la salida del cementerio. Justo antes de salir, vio a una mujer mayor, cargando un bello ramo de margaritas. Detuvo su carrera y se preguntó si ella era la madre de Tom. Era muy mayor, comparada con su propia madre, pero qué sabía él de esas cosas.

La mujer sonrió al verlo y estiró una mano. Bill se detuvo de golpe, pensando que la mujer deseaba decirle algo, así que se acercó—. ¿Está bien, señora? —Preguntó amablemente.

Ella asintió y sonrió—. Eres un jovencito muy apuesto, te pareces mucho a mi niño.

—¿Habla de Tom? —Bill no se pudo controlar y preguntó, para salir de las dudas.

La señora arrugó un poco el ceño y negó con la cabeza—. ¿Qué… dijiste? —Preguntó con voz temblorosa.

—¿No es usted la mamá de Tom?

—Sí, lo soy, pero… ¿cómo lo sabes? —Bill estuvo a punto de contestar que se había pasado la tarde jugando con él, pero ella comenzó a llorar—. Mi Tomi… él… murió hace tanto tiempo… discúlpame, es que ahora, parece que veo su rostro en cada jovencito de su edad.

Bill se congeló en el lugar. Jamás se habría esperado una cosa así. Tomó el brazo de la señora, ayudándola a calmarse del intenso llanto que la hacía estremecer.

—Tranquilícese, por favor… —pidió el pelinegro.

—Iré a dejarle estas flores, antes de que sea demasiado tarde y cierren las puertas.

—¿Quiere que la acompañe? —Indagó Bill, queriendo quitarse esa extraña sensación del pecho. Sin duda había cometido un error confundiendo a esta amable y triste señora, con la madre de Tom, su amigo, el chico rubio con el que jugaba a las canicas. Porque era imposible que fueran la misma persona, ¿verdad?

Por supuesto.

Imposible.

—No quiero incomodarte, jovencito —respondió ella, buscando en su cartera un pañuelo para limpiarse las lágrimas. Bill de inmediato, estiró sus manos, para sostener las flores y darle mayor movilidad.

—No será molestia, además, mi madre sabe que estoy aquí y que llegaré tarde —agregó el pelinegro, sabiendo lo mucho que las madres se preocupan por los chicos.

—Gracias —dijo la señora, gesto que a Bill le recordó mucho, el semblante tímido de Tom. Sacudió la cabeza, quitándose esa idea. El Tom de las canicas estaba vivo, no era el mismo hijo de esta señora. No podía ser el mismo, ¿o sí?

Caminó junto a la mujer, cargando las flores en sus brazos, siguiendo un sendero que se había hecho familiar para él esos últimos días. Su estómago se apretaba con cada nuevo paso, pero continuó, en silencio, hasta que llegaron a una tumba antigua, muy bien cuidada, cuya lápida rezaba “Aquí descansa Tom Trumper, amado hijo” Había unas fechas, que Bill no pudo ver. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver la foto que reposaba bajo de la inscripción.

—Tom… —susurró y entregó las flores a la señora, que las acomodó en los bellos floreros, bellamente pulidos.

Justo a su lado, la figura del chico rubio lo contemplaba, pero esta vez, de forma invisible a ojos humanos. Quiso estirar una mano y apretar el hombro del chico al que ahora consideraba un amigo, pero se detuvo, sabiendo que de esa forma, su toque no era más que una sensación fría que espantaba a los vivos.

—Lo siento —susurró al aire, sin ser oído. Se alejó de los dos humanos que lloraban por él.

&

Al día siguiente, tras el sonido del timbre de fin de clases, Bill tomó su mochila y corrió tan rápido como pudo. Debía comprobar que lo de la noche anterior no había sido un sueño. Debía saber si Tom, su amigo, fantasma o no, seguía allí.

Corrió hasta que vio las familiares puertas del cementerio, por alguna razón, ese lugar ya no le parecía tan espeluznante, sin duda, porque se había convertido en un refugio para él, para escapar de los matones de la escuela, además de ser el lugar donde se encontraba con su amigo.

—¿Tom? —Llamó, cuando sus pies tocaron el sendero en el que siempre se juntaban.

—Bill —respondió el rubio, con una sonrisa triste en los labios—. ¿Viniste?

—¿Por qué no habría de venir? Ya te he dicho varias veces que eres muy buena compañía.

—Pero ayer… creí que después de anoche, no volvería a verte jamás —confesó el rubio, bajando la mirada.

Bill dejó su mochila y tomó las manos de Tom—. Fue impactante, pero eres mi amigo y quería saber por tus labios, la verdadera historia de tu vida o tu muerte…

—Oh… —Tom tiró de su mano y lo llevó a sentarse en la banca de siempre—. Fue algo muy tonto, la verdad, un accidente, ya sabes, sales corriendo y no te fijas que un coche viene a toda velocidad… no te das cuenta de nada, hasta que… —se detuvo.

—¿Hasta qué?

—Hasta que es muy tarde y eres un alma errante —terminó Tom.

—¿Pero, por qué? ¿No había una luz al final del túnel o algo así? —Bill habló más fuerte y luego se puso de pie—. Es tan injusto que estés aquí… solo —sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

—Te acostumbras….

—No, Tom. Nunca te acostumbras a estar solo, lo sé… yo… prefiero correr de la escuela hasta aquí y estar contigo, en lugar de estar solo… —Esta vez rompió en llanto. Tom lo abrazó fuerte, sintiendo como el chico temblaba presa del llanto—. Nunca me he podido acostumbrar a estar solo y tú….

—Calma, Bill.

—No quiero calmarme, quiero estar contigo.

—No puedes estar conmigo. Estoy muerto, Bill. Sólo estoy aquí porque mi madre sufría mucho y no quería dejarla sola…

—Pero al final, fuiste tú quien se quedó solo, ¿verdad? —Bill se limpió la cara, mientras Tom asentía—. Al menos puedo verte…

—Eso es muy raro —respondió Tom—. Nunca nadie había podido verme. Algunas veces, podían ver como jugaba con las canicas, pero nunca me veían a mí, ni escuchaban mi voz. Pero luego, apareciste tú y… todo cambió.

—Eso es bueno —agregó Bill, sonriendo un poco. Tom correspondió su sonrisa, pero internamente, sentía algo extraño, como esos presentimientos que tenía cuando todavía estaba vivo.

Esa tarde, los chicos continuaron hablando y jugando a las canicas, como venían haciendo desde hace unos días, y cuando el sol estaba bajando, Bill sujetó con firmeza la mochila y emprendió la marcha, pero cuando estuvo a punto de perderse de vista, preguntó.

—¿Tom, no puedes salir de este lugar? —Giró, notando el ceño arrugado del rubio—. Quiero decir, ¿podrías visitarme en mi casa?

—No, Bill. No puedo salir de aquí.

—Oh… —El pelinegro bajó la mirada y agregó—. Nos vemos mañana, entonces.

—Bill… —susurró el pelinegro, sintiendo un intenso dolor en el pecho, como si pudiera sentir las emociones de Bill.

Siguió a su amigo, hasta las puertas del cementerio y lo observó caminar, muy lentamente. La calle se veía iluminada por los retazos del atardecer, pero el ruido sordo de los frenos de un coche, le obligó a levantar la cabeza.

—¡No, Bill! —Salió corriendo, pero chocó con una fuerza invisible, que no lo dejó salir de su lugar de confinamiento—. ¡Bill! —Gritó con todas las fuerzas que pudo.

De pronto, una gran luz iluminó todo a su paso. Se cubrió los ojos con el brazo para protegerse. Podía escuchar las voces de los humanos gritando sobre el accidente. Llantos y finalmente… la voz de su amigo…

—¿Tom?

El rubio giró y vio el confundido rostro de Bill, que lo miraba interrogante.

—¿Bill, estás bien?

—Yo… creo que yo…

—Sufriste un accidente —anunció Tom, reconociendo que el cuerpo de Bill no emitía el calor de un humano vivo. Giró el rostro, casi con desesperación, buscando la fuente de luz—. Allí, Bill. Debes ir a la luz. Corre… no hay mucho tiempo.

Todavía desorientado, el pelinegro giró hacia donde Tom le indicaba. Efectivamente, la luz brillante se desvanecía poco a poco, así que sujetó la mano de su amigo y tiró de ella, corriendo a todo lo que sus piernas le permitían. Si estaba muerto, al menos se llevaría a Tom de ese lugar. Se irían juntos, para no estar más solos.

Cuando estuvieron bajo la luz, sus cuerpos flotaron. Bill vio lágrimas de felicidad en los ojos de Tom y sonrió. Al parecer haberse encontrado no había sido una coincidencia, ambos habían conocido la amistad juntos y viajarían juntos hacia el otro lado. Ya nunca más estarían solos.

& FIN &

¿Gustó? Bueno, la verdad es que este final es muy idealizado. Sin embargo, esta leyenda urbana es real. En el cementerio de mi ciudad, existe la tumba del niño. Nadie menciona su nombre, pero si tomas cierto camino, por un pasaje hacia la derecha, llegas a la tumba que tiene como adornos, unos autitos, una fotografía y unas canicas, que siempre cambian de lugar, pues el chico, juega con ellas durante la noche.

Escritora del fandom

2 Comments

  1. Ay mi corazón! Me hizo llorar, es un bellísimo One Shot. Gracias por compartirlo

    • Muchisimas gracias por leer y comentar. Ellos siendo más jóvenes, me inspiran mucha ternura y me gusta escribir así sobre ellos.

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